Columnista invitado
El proyecto de Estatuto de Autonomía para Quito es un documento de la mayor importancia. El Estatuto determinará su futuro y el de sus áreas directas de influencia. Debe, por lo mismo, conocerse y discutirse adecuada y profundamente. Debe consensuarse y aprobarse con la más amplia participación, velando por lo que la experiencia y no solo la teoría dicen. Cumpliendo todos los pasos que la Ley y la razón imponen. Ya hay quejas de los concejales –son ellos los que lo deben aprobar- porque se haya hecho público sin que ellos lo conozcan. Ese es un mal inicio del proceso complejo. Deben atenderse las precisiones para que no haya la más mínima duda sobre su legalidad.
Debe el Estatuto -el Proyecto no lo hace-, reflejar y proyectar lo que debe ser Quito, una ilusión que oriente a sus habitantes, a los productores, a los trabajadores, a la Academia, hacia una ciudad inclusiva, solidaria, productiva, emprendedora, que atraiga la inversión, que promueva el turismo, la innovación y la sostenibilidad ambiental.
Una primera revisión permite alertar sobre la propuesta de fraccionar estructuralmente a la capital, que pasa por un momento grave de inflexión, con retroceso angustioso de todos sus índices: desempleo, delincuencia, violencia intrafamiliar, representatividad. La propuesta de crear concejos zonales le descoyuntará más. Hay que fortalecer las administraciones zonales, llamándolas Alcaldías o no; distinto y peligroso crear concejos que disputarán con el Concejo Metropolitano. Pronto tendríamos cinco o más Quitos chiquitos, cada cual por su lado, disputando presupuestos para veredas y baches, que aunque en teoría deban someterse a un Plan de Desarrollo Metropolitano, atenderán lo inmediato, lo que se ve, lo que rinde electoralmente. Si esos concejos zonales son electos de fuerzas políticas distintas -nada difícil- la indispensable coordinación para solucionar los problemas de fondo será difícil o inexistente, sino contraria y de disputa. Y eso si no se presentan discrepancias territoriales y de competencia desde miras políticas distintas. La conformación del Concejo Metropolitano con los concejales zonales y apenas un 5% elegidos en todo el Distrito, privilegiará la visión parcial y zonal promoviendo la presencia de caciques, parroquiales y zonales, sin la visión amplia y global que Quito necesita.
Hay que fortalecer las Alcaldías zonales, descentralizando y desconcentrando en serio. Hay que retomar el proceso en marcha hasta el 2009, que retrocedió lamentablemente cuando la concentración de poder agobió al país y contagió a Quito.
Descentralizar no es disgregar. Es delegar funciones y responsabilidades, bajo un solo Plan, que debe ser Metropolitano, que incorpore a la gente, y que requiere estar bajo una dirección estratégica y administrativa: la del Alcalde Metropolitano.