Columnista invitado
Se producen estallidos de conmoción social en España, Ecuador, Chile. La atribución de los mismos a una confabulación internacional de la izquierda anarquista simplifica el problema sin diferenciar ni profundizar en lo que está pasando.
El conflicto de Barcelona se remonta a épocas monárquicas desde cuando Catalunya no quería pertenecer a España. En algún momento, bajo Felipe IV, se pusieron bajo la protección de Enrique IV que reinaba en Francia, a quien proclamaron Conde de Barcelona, como relata Pérez Reverte en Una Historia de España. Lo que parece desde lejos una condena desproporcionada a los responsables de la ilegal e inconveniente consulta sobre la independencia resucita las protestas, que tienen ese origen. Es probable que en Barcelona hayan infiltrados violentos con otras intenciones, pero ni son el origen de las protestas, ni parte de una confabulación internacional que traspasa fronteras y continentes.
Ecuador no vivió antes actos de violencia y vandalismo parecidos a los que sufrió durante la movilización indígena, cuya legitimidad está en duda precisamente por esa violencia desatada. Pero no hay como desconocer que los mayores índices de pobreza en Ecuador están en los pueblos indígenas, así como el mayor índice de analfabetismo. La mayor desnutrición está en los niños indígenas y, por lo mismo, los mayores índices de atraso y falta de oportunidades. Por supuesto que participaron intereses desestabilizadores y vandálicos, que aprovechan circunstancias como ésta.
En Chile explosiona lo que se ha venido acumulando durante años por políticas económicas que producen resultados macroeconómicos, pero que fracasan en lo social y ambiental. La elevación en el costo del pasaje del metro es la llama que inflama una realidad de pensiones indignas para los pobres, educación costosa que endeuda a los universitarios y sus familias para siempre, una abstención en las elecciones de más del 50% de la población electoral. En Chile, casi el 90% de los trabajadores gana menos de 800 dólares al mes y el 76% de la riqueza está en 36 familias, menos del 1% de chilenos. Hay 2 millones de chilenos -22% de la población económicamente activa- en la Central de riesgos por deudas impagas por las más diferentes razones. Las AFP liquidaron la solidaridad en las pensiones y terminaron con el sistema público de seguridad social. Ahorran los que más tienen, sin compartir nada, como si lo hacen todos los sistemas de seguridad social en el mundo, para que los pobres puedan tener pensiones jubilares dignas.
No hay Foro internacional, ni el de Sao Paulo ni el de Davos, que pueda causar desestabilización, caos o felicidad, si no existen condiciones que lo permitan. No hay que simplificar las cosas porque así la culpa de lo malo recae fácilmente en las conspiraciones y malas artes, ignorando una realidad social injusta que obliga a todos a trabajar con responsabilidad para superarla.