Difícil abstraerse del nuevo episodio de racismo que vive los Estados Unidos en el momento más difícil de su campaña presidencial. No es sólo la violencia verbal de Donald Trump que ha empoderado a grupos y personas que hasta hace poco eran marginales como los que se autodenominaban “La Derecha Alternativa” ó ALT-Right. Su retórica ha normalizado de nuevo los peores sentimientos discriminatorios y claramente racistas, tanto que la mayoría de republicanos los consideran aceptables y creen en ellos, desde la insistencia en negar la legitimidad del primer presidente afrodescendiente de los Estados Unidos diciendo que nació en Kenia, hasta la persistente humillación de Trump a toda la comunidad afro con los argumentos de los 60s: son pobres porque viven en las zonas marginales y provienen de hogares no bien formados.
Pero la retórica política violenta y racista de Donald Trump no tuviese la resonancia que tiene si no existieran condiciones estructurales reales que la promueven y que la reproducen. A pesar de que la economía ha mejorado hasta un nivel casi de pleno empleo durante los años de Obama, no cabe duda que la dramática discriminación en el sistema de justicia –especialmente la violencia policial- es la falla sistémica que más está haciendo daño a la comunidad no-blanca, incluidos los hispanos. Esta violencia explica porqué las protestas de esta semana en la ciudad de Charlotte en Carolina del Norte se tornaron violentas y porqué nació el movimiento #BlackLivesMatter. Sólo en los últimos 22 días, 67 afroamericanos han muerto en manos policiales y casi en todos los casos, la víctima no estaba armado ni representaba un peligro para los uniformados. La mayoría de policías nunca son sancionados o sólo sirven penas ridículas en proporción a su crimen. Los videos existentes son contundentes en su mayoría, y apuntan a una frase irónica sobreentendida en la población afectada “estaban manejando siendo negros”, haciendo una imperfecta traducción al español.
Las estadísticas están ahí. La policía detiene e interroga tres veces más a población afrodescendiente o latina que a blanca. La misma desproporción se repite en encarcelamientos y condenas finales en el sistema de justicia y casos como estos se han dado en casi todos los estados, desde la liberal y abierta California hasta el conservador y reaccionario estado de Texas. La existencia de una retórica inflamante, racista, violenta como la de Trump sólo ha empoderado a la gente que ya se sentía identificada el retroceso de la supremacía blanca en EE.UU. De hecho, muchos piensan que Trump es sólo un síntoma más de la reacción contra medidas progresistas que han avanzado en EE.UU. Trump también es la prueba de que basta un caudillo mesiánico y virulento para encender las peores pasiones de los seres humanos y todos aquellos que creen que la violencia es el camino. Nosotros si sabremos ya de ello. La única esperanza: resultados electorales que permitan aire fresco y un cambio de rumbo.