En los cinco continentes, los estados nación del presente están siendo cuestionados desde dentro. Los cuestionamientos internos vienen fundamentalmente de dos vertientes. La primera son las fuerzas locales y regionales que demandan redefiniciones en la distribución del poder y un cambio de las formas de estado. La segunda son los grupos étnicos, pueblos o nacionalidades que reclaman reconocimiento a sus derechos e identidades.
Entre los grandes objetivos que se plantearon las élites dirigentes de los estados nación desde el siglo XIX estuvieron la consolidación territorial y la penetración de la administración pública hasta los niveles de base de las sociedades. La centralización se entendió como uno de los elementos fundamentales de la modernización. Aún en los países en que lograron triunfar tendencias de corte federalista, al final, el estado central logró un alto nivel de concentración del poder.
En las últimas décadas, empero, se han venido dando diversos procesos de reivindicación de las autonomías regionales y locales. A estas alturas ya no es una novedad afirmar que las regiones y localidades serán protagonistas de primera importancia para el presente y el futuro de los países y los agrupamientos de integración que crecen en diversos ámbitos de la geografía mundial.
La colonización ibérica de América Latina se dio con el sojuzgamiento de los pueblos indígenas y la implantación de la esclavitud de grandes grupos de origen africano. Los estados nacionales latinoamericanos surgieron de la ruptura del orden colonial, pero mantuvieron la dominación económica y social de los indígenas y negros, excluyéndolos de la ciudadanía y la participación.
Al cabo de una larga lucha por sus reivindicaciones, los pueblos indios y los afro-latinoamericanos han venido demandando el reconocimiento de sus derechos colectivos, y han logrado significativos avances, al menos en el plano de las declaraciones constitucionales y legales. De este modo, la idea de los estados nacionales homogéneos “blancos” o “mestizos”, ha sido desafiada por una realidad en que las historias de nuestros países ya no pueden ser más las de las mayorías blancas o mestizas, sino las que provengan de un gran esfuerzo por entender la presencia histórica de los excluidos y la riqueza de la diversidad que caracteriza a la realidad latinoamericana y andina.
En los últimos tiempos se han dado avances. Pero debemos lograr que vayan más allá de los enunciados y del discurso, para constituirse en elementos centrales del desarrollo, de la democracia y la justicia social, que promuevan una integración surgida del equilibrio entre diversidad y unidad. Tenemos que ir más allá de la aceptación de la realidad multiétnica y multicultural del país, para construirlo sobre bases nuevas, promoviendo la interculturalidad.