El caso del columnista Emilio Palacio se ha transformado en un mito de la política mediática criolla.
Tanto así que él ha dejado de hablar del origen de su problema (el artículo que escribió contra un funcionario público) y ha empezado a proyectar una imagen de perseguido por el Régimen.
Nunca he creído en el espíritu de cuerpo y peor ahora, en tiempos en los que cerramos los ojos y creemos que las lealtades y deberes ciudadanos tienen directa relación con la ideología política, la construcción revolucionaria o los intereses corporativos.
El espíritu de cuerpo ha sido y es uno de los grandes males del país: basta mirar cómo el omnipoder protege al Fiscal General del juicio político o cómo los asambleístas de Alianza País pretenden engañarnos al colocarse la máscara de deliberantes internos. Lo de siempre.
Por eso no defiendo a la prensa ecuatoriana “en general” porque en lo privado y en lo gubernamental existen maneras vergonzosas de hacer periodismo o de creer que se hace periodismo.
Tampoco defiendo a los articulistas “en general”: el ejercicio de la opinión implica mucha mayor responsabilidad y rigor que el periodismo informativo: cada palabra debe estar cargada de prudencia, exactitud y soporte.
Y está claro que, en materia de opiniones, en la prensa privada y en la gubernamental son escasas la serenidad y la mesura.
En este vertiginoso escenario nacional de alta agresividad verbal queda poco en qué creer.
El espíritu de cuerpo del omnipoder con su funcionario, cuando le pidió públicamente que enjuiciara a Palacio, es tan criticable como el reproche susurrante desde la otra orilla a los columnistas que no suscribimos un comunicado público de solidaridad con el articulista.
Parecería que a quienes apoyan a Palacio o a quienes se alinean con el omnipoder les agradaría que el país se partiera en dos, que el espíritu de cuerpo nos dejara sin matices ni posiciones sensatas.
En una entrevista con EL COMERCIO (lunes 12 de abril), Emilio Palacio ha pretendido -igual que el omnipoder- radicalizar dos posiciones excluyentes (¿correísmo vs. emilismo?).
Aunque es evidente que el mayor error que podríamos cometer quienes tenemos la responsabilidad de hacer periodismo sería tomar partido, Palacio ha llamado “cínicos” a quienes creemos que periodismo es igual a equilibrio.
¿Soslaya, de esa manera, la necesidad y la obligación de buscar el justo medio periodístico a partir de los hechos y no de subjetividades, egos o personalismos?
No tomar partido es “no vibrar con los problemas del país”, ha dicho. Pero ¿vibrar con los problemas del país es escribir (o gobernar) con el “corazón ardiente”? ¿Vibrar con los problemas del país es “contestar fuerte” a quienes no son nuestros coidearios?
Me disculpan unos y otros, pero no veo en qué se diferencian.