El espionaje comenzó durante los primeros días de la triunfante revolución ciudadana, cuando un ministro ordenó grabar una reunión en la cual se negociaban importantes acuerdos financieros.
Fue impactante, en el país no teníamos muchas nociones de espionaje o de filmaciones clandestinas. El ministro resultó incólume y más bien el mensaje fue ¡cuidado se meten conmigo! Lo que vino después no fue tan espectacular, los nuevos agentes secretos de la política no tuvieron tanto éxito, casi todos murieron en el intento, como solía decir un político que hoy está en el más absoluto ostracismo.
En el siempre apasionante mundo de los políticos, cada cierto tiempo se reviven algunos episodios de espionaje, de complots y de conjuras que más bien resultan caricaturescas.
El supuesto espionaje del DAS (la policía de Colombia) contra el Presidente de la República resulta también un hecho repudiable, pero también muy delicado. Si la policía de ese país logró vulnerar la seguridad interna significa que estamos completamente desprotegidos y que algo funciona mal casa adentro.
Paranoia o no, el más reciente suceso se refiere a supuestos intentos por desestabilizar al régimen porque se hallaron unos correos electrónicos amenazantes. Un político, con muy poca credibilidad, atribuyó el hecho a un correo electrónico enviado por un celoso “novio del novio”.
Da la impresión de que estamos cayendo bastante bajo en materia política y que las viejas prácticas reviven cada cierto tiempo, que los vivarachos encuentran resquicios para sacudir el sentido común.
¿Un complot a través de un correo electrónico? Sería similar a que un delincuente anuncie mediante un e-mail al gerente de un banco equis que lo va a asaltar. Simplemente lo asalta y no le cuenta a nadie.
En medio de todo este escenario, turbio y confuso, surge ahora otro que suena mucho más ridículo y terrorífico. Resulta que los indígenas, que con lanzas forcejearon con la policía que custodiaba un acto bolivariano en Otavalo, son ahora acusados de terroristas, es decir, de sembrar el terror.
Nunca he estado de acuerdo con las posturas radicales de los movimientos indígenas, pero acusarlos de terroristas suena a una exageración del tamaño de una manada de hipopótamos.
Una reflexión que cabe. Si ciertas autoridades no son capaces de declarar terroristas a un grupo que mata y secuestra allende las fronteras (FARC), ¿cómo se entiende que califiquen con ese terrible adjetivo a los dirigentes de la Conaie?
Parece que estamos patas para arriba en la valoración. Los angelitos que degollaron, secuestraron y asaltaron durante una etapa triste de nuestra democracia, no son considerados terroristas, de acuerdo con la nueva lógica son santos héroes.