Las listas de candidatos a legisladores nacionales y provinciales están plagadas de sorpresas, pero, por desgracia, la mayoría son muy desagradables. Los votantes encontraremos entre los aspirantes un grupo variopinto de personajes conocidos por sus dotes físicas, histriónicas, atléticas, lenguaraces, faranduleras y mediáticas, además de un importante número de desconocidos y una inquietante minoría de profesionales formados y preparados para ejercer un cargo de tanta importancia para el Estado.
Los primeros responsables por armar este tipo de comparsas son, por supuesto, los partidos políticos, que en lugar de promover figuras jóvenes (que asumo las tienen), y fortalecer sus filas con los mejores valores en áreas académicas, técnicas, profesionales, científicas e intelectuales, rellenan y apuntalan sus nóminas con presentadores de programas de variedades, chismosos consuetudinarios, modelos de figura estilizada, artistas y cantantes, payasos pesados o las inefables estrellas del fútbol ecuatoriano, es decir, lo más mediático del mundillo nacional de la diversión y el entretenimiento listos para representarnos (abochornarnos también en varios casos) en la Asamblea Nacional.
Sería demasiado optimista pensar que el pueblo castigará en las urnas a los partidos políticos que han conformado sus listas con esperpentos en lugar de candidatos serios, probos y preparados para desempeñar el cargo de legisladores.
Lo lógico y cotidiano en las repúblicas tropicales de escasa cultura (hay varios ejemplos recientes en todo el continente, no solo en América Latina) es precisamente que se vote por el rostro de la pantalla chica, por la voz de la radio más popular, por el mejor cuerpo de las portadas, por el chistoso de las fiestas infantiles, por el más gritón y patán, por el goleador del domingo o por el atajador de penales de la copa, mientras que los juristas, estudiosos, académicos, maestros, profesionales en general, casi no aparecen en esas listas.
Obviamente, también nosotros, los electores, somos responsables de esta grotesca oferta de candidatos y del resultado del proceso electoral. Más allá del pesimismo y la apatía que nos provoca un ambiente político cargado de adefesios, debemos ser conscientes de que esto es lo que somos por nuestra culpa, por simple negligencia y por propia omisión.
Nos pasamos la vida criticando al pasado, destruyendo lo que, mal o bien, hicieron las generaciones que nos precedieron, pero somos incapaces de cambiar el destino del país para llevarlo por la senda de la cultura, del progreso, de la estabilidad política, de la auténtica democracia y de la decencia; somos incapaces de criticarnos a nosotros mismos y de cuestionar a la generación a la que pertenecemos por haber llegado hasta aquí sin haber cambiado nada; y, por el contrario, somos responsables de los tiempos más vergonzosos de la vida política del Ecuador, los de la civilización del espectáculo encaramada con nuestros votos en el poder.
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