El tema del sicariato me cuestiona y me interpela… He de decir que lo vivo con preocupación y desasosiego, no solo por el inmenso dolor de las víctimas y de sus familias, sino por lo que significa en el contexto de una sociedad enferma. Es una ingenuidad pensar que todo va de maravilla cuando la sociedad genera procesos tan destructivos.
¿Ingenuidad o hipocresía?
El tema del sicariato y del altísimo índice de violencia que nos rodea nos obliga a preguntarnos sobre el valor de nuestra judicatura y de las políticas penitenciarias. Los presos sin sentencia y la alarma social que genera su puesta en libertad no es más que el reflejo de las carencias legales y humanas en las que vivimos.
Con frecuencia siento que lo que está entre rejas es la esperanza. El problema no es solo el hacinamiento, las condiciones infrahumanas de vida, la ausencia de rehabilitación, la lentitud de los juicios y sentencias… El agua hay que ir a buscarla más arriba: lo que está en cuestión es el proceso educativo, el empleo, las oportunidades y, sobre todo, la ética social y religiosa, la posibilidad de crecer y de vivir en un ambiente solidario y compasivo.
No hablo de memoria. Durante años trabajé pastoralmente en el ex penal García Moreno y pude comprobar el horror de cerca. Siempre me hizo gracia lo de “ex penal”… El cambio de nombre solo esconde una cárcel pura y dura en la que los presos malviven y malmueren o, simplemente, se pudren.
Semana tras semana me tocó vivir entre la desolación y la misericordia.
La gente no puede estar en la cárcel sin juicio, pero tampoco puede salir sin ser juzgada.
El delincuente tiene que ser rehabilitado y la sociedad tiene que ser protegida.
Pero nada de esto será posible mientras no se acometa una auténtica reforma judicial y penitenciaria, mientras la ética social y política sea solo un clamor y no estructure nuestra vida cotidiana.
Es triste decirlo pero, en el fondo, el mundo carcelario no es más que el reflejo de una sociedad que no acierta a recuperar a sus hijos, que reproduce puertas adentro lo que tristemente pasa puertas afuera.
La pelota no está en el tejado del ex penal García Moreno o del Litoral… La pelota está en el tejado de los poderes del Estado, en la voluntad política del Gobierno y en la conciencia cívica de una sociedad que solo reacciona cuando la sangre le salpica.
Los sicarios no son más que el reflejo de un fracaso y bueno sería que, más allá de la inquietud y del miedo, fuéramos capaces de tomar las decisiones oportunas, no solo represivas, sino políticas, judiciales y sociales que nos consientan vivir de forma humana.