“Corre, camarada, el viejo mundo está detrás de ti”. París, mayo 1968. Ese lugar, fecha y nostalgia. Celebración de la poesía. Revolución de la palabra. Eclosión social que marcó a una generación, pero no transformó el ominoso rostro de la tierra. Tentativa por fusionar política, filosofía, arte y erotismo. Exhibición, tras la malla del aire callejero, del amor individual y social. Trajinar impúdico de la magia y de la cotidianidad. Peripecia de un esteticismo fascinante al servicio de la utopía: vivir sin amarras, sin consumismo, sin estatus; subvertir el sistema que induce al vacío. Vivir combatiendo la sociedad obesa, sus seudovalores, sus métodos y sus objetivos: pervertir el amor y la libertad. Y sitiar a los simuladores que declaran cambiar la vida pero viven desde el oportunismo o la chifladura.
Un grafitero del mayo de las flores escribió en un cuadro: “La humanidad será feliz el día en que el último de los burócratas habrá sido colgado con las tripas del último de los capitalistas”. Los maniáticos de mayo entendieron que no hay otro modo de usar el milagro de vivir que encarnando la indocilidad hacia el poder.
André Breton habló de la posibilidad de imbricar en la vida un “sagrado extra religioso”, constituido por el triángulo de amor, poesía y rebelión. Ese magma sagrado, sin embargo, no puede sino emerger del sub fondo de una vivencia colectiva: ¿fue eso Mayo del 68? La juventud lo asumió así y agotó.
En Mayo del 68 todo se tambaleó; se decretó el estado de la felicidad, se disfrutó aquí y ahora, se vivió sin tiempos muertos, gozando sin inquisidores; se vino, se vio, se creyó; se olvidó lo aprendido, y voló la imaginación por calles y plazas. Se prohibió el tedio y se resolvió que era preferible un fin espantoso que un espanto sin fin. Pero en junio salió airoso el sistema y mayo solo era un fue.
Después de años de ese lugar, de esa fecha, de esa nostalgia, sombras anónimas han vuelto a grafitear paredes y muros de centros urbanos franceses. A lo mejor todavía creen que Mayo del 68 está ahí, intacto en su capullo, que algún día lo romperá y nacerá una mariposa. Claro, si los amos del sistema descuidan un instante el cerrojo del cementerio donde apenas nos dejan cavar nuestras sepulturas; si Mayo del 68 abandona sus muletas y se pone a caminar porque el camarada corrió y solo tropezó, a pesar de que el viejo mundo pasó sobre él magullándolo. Así, los grafiteros prosiguen, inclaudicables, recuperando en algo, no importa el tono agrisado, a ratos extraviado de sus palabras, esa fiesta de Mayo del 68, y, quién sabe, de pronto se viste de presente, exactamente ahora en que se ha institucionalizado otra vez el hastío; y nos flagelan a golpe de muerte los síndromes del consumismo y del estatus, del “progresismo” y del “neo fascismo”, dicen los neo grafiteros, ahora que un desconcierto ha caído como mortaja en el mundo y la democracia está “in articulo mortis”, es decir, a punto de morir.
Columnista invitado