Sin duda, el 2015 fue el año más complejo del proceso político que el Ecuador inició con la llegada de la revolución ciudadana al poder. Tres sucesos interrelacionados marcaron esa complejidad, cuyo desenlace se desarrollará en el año que comienza. El primero tiene que ver con la economía. La caída de los precios del petróleo, tendencia que no cambiará en los próximos años, desnudó las debilidades de la bonanza y abrió las puertas a una crisis cuya magnitud ha sido nublada por los dineros que a última hora el Gobierno logró arañar, de manera nada transparente, para los pagos de fin de año. Pero el problema económico del país está ahí y no se reduce al precio internacional del petróleo, ni tampoco podrá ocultarse por más tiempo pues atañe al fracaso de un modelo de desarrollo inviable, contrario a la dolarización, incapaz de generar crecimiento y distribución sostenibles. El régimen pudo patear las crisis hacia adelante, pero esta no tardará de aparecer de manera implacable. El segundo hecho es político. En el 2015 el desgaste de gobernar por casi una década empezó a cobrar su factura. En realidad, el problema para Alianza País lo iniciaron ellos mismos cuando presentaron su proyecto de enmiendas constitucionales, hasta el momento su peor error político.
Aquello les costó clausurar la reelección de su máximo activo electoral para disminuir el costo político que causó su intento de perpetuarse en el poder. Fueron por todo y perdieron la cabeza. A ello habría que agregar la ofensa que representó para la mayoría de ecuatorianos sus proyectos de herencia y plusvalía.
Con ello el oficialismo cerró un pésimo año político; año en el cual su credibilidad quedó severamente fisurada. El tercer hecho se refiere a un cambio lento, pero aparentemente irreversible, del ánimo favorable de los ciudadanos hacia el Gobierno. No es que Alianza País o el presidente no tengan aún apoyo popular. El punto es que rebasaron su nivel más alto y que de ahora en adelante les costará mucho mantenerse y no caer, en medio de una profunda crisis económica. La hegemonía correísta está, por tanto, en descenso. La salida de Correa del escenario electoral y su sustitución por Glas representa una caída aparatosa en la calidad del liderazgo político. Se avizora, entonces, la posibilidad cierta de un cambio de régimen sea por implosión económica o derrota electoral. ¿Qué nos espera, entonces, en el 2016? Este será un año electoral; año de serísimas dificultades económicas; año de un creciente vacío en el liderazgo presidencial. Año en que nuestro país se enfrentará a un presente que se quiebra y a un pasado que no podrá reconstituirse. El 2016 será un año de definiciones trascendentes, comparable tal vez con el 2007, 2000, 1995, 1979, 1972, 1967, 1963, 1948, 1944 en la historia reciente del Ecuador. Año de quiebre, año de ruptura; año de cierre de un ciclo y de inicio, quizá, de otro; año para el futuro; año en que nuestro país necesitará crecer y trascenderse para superar sus desafíos; año para la esperanza. ¡Feliz 2016!
@cmontufarm