¿Qué hacer? ¿Un espejismo? No el de un oasis en el desierto, sino el de un desierto más desértico en medio de la interminable y seca arena. No veo la posibilidad de esperanza que, por temporada, trae expectativa y el repentino, sorpresivo, aunque temporal florecimiento de miles de especies que traen color y alegría, lo suficiente para luego volver a ver desierto hasta la próxima explosión de maravillosa naturaleza, permitiendo que se pueda soportar la realidad de la certera sequía.
Ecuador es un oasis histórico de ilusión, paz, futuro, riqueza, basada en su indomable naturaleza y su gente; pero revolucionariamente convertido en un desierto donde la esperanza ya es de ciegos sin conciencia, contagiados de ambos por pintoresca propaganda, que ya no muestra realidades sino sueños que, en el fondo, son pesadillas.
Un mundo irreal, como una copia mal hecha de vecinos que ya sucumben ante la destrucción de sí mismos. El hombre, el ambicioso humano, su propio destructor, envuelto en políticas millonarias de autoenriquecimiento; en el sentido personal, engordando su insaciable vanidad de poder y, el pueblo, enflaqueciendo, comiendo cegadora desesperanza por la desesperación y la autoculpa de haber creído en el futuro dorado y esperanzador.
Envueltos en imágenes falsas, decaídos, sin luz de futuro por delante, en el desierto las colas y cervezas se alejan para saciar la sed castigados por precios inalcanzables, momentos de relajación con la mente en cómo sobrevivir. Un país caro, un pueblo castigado porque para un evento de la incontrolable naturaleza no se previno, aunque la posibilidad no tenía fecha exacta.
Así como se sabía de la actividad del Cotopaxi, se conocía la factibilidad del impacto de un terremoto de alto grado en la zona costera. Era más importante la millonaria, irresponsable, en algunos casos, inexistente inversión, llamada, insistentemente, ahorro, y que ahora será vendida para salvar el cuello, antes que la preparación responsable y cierta, el ahorro para eventos que no pueden predecirse con exactitud.
El pueblo paga la irresponsabilidad, la carestía hará que un huracán de decrecimiento económico nos atrape y lleve en espiral hacia abajo sin agarradero a la vista. La solución: impuestos para el pueblo, con esa excusa, en incontrolable vuelo hacia arriba. El mismo dinero alcanza para menos, mucho menos.
Los sábados son más, muchos más, cuando se ve que aquellos que donaron para la insoportable y larga burla, son los mismos, los reciclados, mininúcleos del mismo aparato. ¿De dónde sale tanto dinero? Las palabras y el dinero fluyen en algunos sectores mientras en otros, la palabra calla y el dinero desaparece, su poder de compra se desvanece. Alrededor, países que ya lo viven y, nosotros, ciegos, callados, lo vemos pacíficamente; las calles no se llenan aunque las redes sociales hiervan.
¿Dónde está el/los candidatos que, con fuerza, reúnan multitudes, ¿que ya no lo permitan más? ¿Dónde la prensa, que sin miedo, investigue y denuncie? ¿Dónde los ciudadanos que griten su descontento?