España se pone a prueba
La Nación, Argentina, GDA
La decisión de abdicar del rey Juan Carlos de España, si bien sorpresiva por el momento elegido, no podía descartarse luego de los problemas de salud y los escándalos que lo acompañaron en los últimos tiempos, tanto a él como a su hija Cristina y a su yerno, Iñaki Urdangarin, en un caso vinculado con corrupción, por lo que esta era una salida esperada por muchos.
Sin dudas, el papel que le corresponde a la corona en la Constitución española hoy puede ser mucho mejor cumplido por su hijo, el Príncipe de Asturias. El Rey siempre fue un líder político, conocedor de las necesidades del pueblo español: lo fue cuando tuvo que asumir como monarca a la muerte de Francisco Franco, en 1975; volvió a ejercer ese papel cuando el Tejerazo puso a España al borde del golpe de Estado, en 1981, y lo hace ahora, cuando el país afronta un momento político y económico delicado con incesantes reclamos para que la monarquía deje de existir.
No se trata de que Juan Carlos de Borbón haya decidido dejar al Príncipe de Asturias toda la responsabilidad de ser su sucesor, como lo marca la Ley. Se trata también de lo que expresó con una frase que ya entró en la historia: “Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones”.
La abdicación no ha sido un gesto inusual en la historia de la monarquía española, pero hoy este acto se inscribe sobre todo en la historia reciente de Europa y de sus monarquías parlamentarias.
En abril, a los 75 años, la reina Beatriz de Holanda, tras 33 años de reinado, entregó el cetro a su hijo Guillermo Alejandro, de 46 años, haciendo honor a una tradición, ya que ella había recibido la corona por abdicación de su madre, Juliana, y esta, de la suya, Guillermina. Y en julio pasado, Alberto II de Bélgica dejó también el trono, tras 20 años de reinado, y fue sucedido por su primogénito, Felipe.
Aunque en otro ámbito, puede señalarse la renuncia del papa Benedicto XVI al pontificado de la Iglesia Católica, que se ha constituido en una lección invalorable: supuso que alguien podía realizar su trabajo mejor que él.
Las instituciones deben renovarse. El rol de Felipe VI, el nombre con el que reinará el todavía príncipe de Asturias, será muy diferente del de su padre. A Felipe le toca ahora restaurar la confianza del pueblo español en una institución que, de tanto en tanto, se ve puesta a prueba en España, dividida entre los que creen en la monarquía y los que piden por la vuelta de la República.
Hoy, parte de ese pueblo que pide por la República y que cree en la democracia es el mismo que nació, hace 39 años, con el comienzo del gobierno de Juan Carlos. Quizá la proximidad de los problemas a los que aludíamos y la necesidad de un relevo generacional no permitan todavía la necesaria serenidad para juzgar el reinado de este Borbón, uno de los mejor preparados en la historia de España.