Chile está dejando de ser la esperanza latinoamericana. Es grave para todos, no solo para los chilenos.
Desde la llegada de la democracia en 1989, más de media sociedad chilena pasó a los niveles medios y la pobreza descendió del 46 al 12%. Una verdadera proeza.
Chile estaba a pocos pasos del Primer Mundo. Bastaba caminar por Santiago para percibir una sensación de optimismo y progreso mayor que en cualquier otra ciudad latinoamericana.
Ese espíritu se está apagando. Los datos de la encuestadora chilena Plaza Pública (Cadem) no dejan dudas. Un 71% de los ciudadanos piensa que la economía se estancó. Solo un 27%, lo contrario. Tras dos prósperas generaciones, el primer año de la presidenta Bachelet cerrará con apenas 1,6 de crecimiento, pese a que Sebastián Piñera le entregó un país a plena máquina.
Eso tiene un costo. Cuando llegó al poder, hace ocho meses, un 78% de los chilenos tenía buena imagen de Bachelet. Hoy la aprecia el 48% y, apenas un 37% la respalda.
¿Por qué se ha frenado Chile? Fundamentalmente, por una ruptura clarísima del modelo de desarrollo. Los inversionistas ven a Bachelet más cerca del viejo Chile estatista-populista que de la nación moderna basada en la libertad económica y no pueden evitar una sensación de dejà vu de los turbulentos años allendistas. La perciben encharcada en las supersticiones del “distribuicionismo igualitario”, obsesionada con el Índice Gini, y no en crear riquezas, que es lo importante. Después de todo, aunque el coeficiente Gini venezolano es “mejor” que el chileno, nadie en sus cabales piensa que la situación del manicomio chavista sea preferible a la chilena.
Si la presidenta Bachelet no rectifica, probablemente provocará la salida de la Democracia Cristiana de la coalición gobernante. Es increíble que no advierta que la buena experiencia de las ideas de la libertad corrió al centro el espectro político.
El socialcristianismo de izquierda de mediados del siglo pasado ya no es lo que era. La democracia cristiana de Frei Ruiz-Tagle es diferente a la de Frei Montalva, su padre, porque entre ambos hay medio siglo de éxitos liberales y el hundimiento de las recetas estatistas.
El socialismo de Ricardo Lagos tiene poco que ver con el de Allende, aunque cultive su memoria, porque en el camino de la lucha por la libertad, Lagos se transformó en un genuino socialdemócrata y enterró el lastre marxista.
En cambio, los comunistas, que no se movieron de posición (Bachelet se empeñó en llevarlos a la Concertación) y continúan defendiendo un empobrecedor modelo, en el pecado ideológico llevan la penitencia: la bonita Camila Vallejo, muy popular cuando figuraba como revoltosa líder estudiantil de la oposición, al pasar al Parlamento apenas tiene el aprecio del 3% de los chilenos.
Ojalá Chile retorne al sentido común y el buen gobierno. Fue un faro para los latinoamericanos. Perderlo, insisto, nos perjudicará a todos.