Los espacios públicos son exactamente eso: públicos. Las ordenanzas protegen esos espacios, con más fuerza si son históricos. En el caso de utilizarse para eventos u otros similares, se debe obtener permisos municipales y pagar impuestos o tasas si pretenden ser privados.
La Plaza Grande o de la Independencia, visita obligada para turistas, es un punto de encuentro de quiteños y ecuatorianos, sin importar su credo ni su preferencia política. Es la plaza del pueblo por excelencia.
Sus piedras emanan historia desde tiempos inmemoriales. Hablaban de imperio; luego, de allí salieron expediciones descubridoras de remotas tierras y grandiosos ríos. Hoy, día tras día, los jubilados se toman sus bancas para el chisme diario o comentar de la política, porque allí se dio el Primer Grito de Independencia; donde se siente libertad. La alegría del pueblo, esperanza o desesperanza, su llanto o desazón se expresan desde allí.
La Plaza Grande es nuestra, protegida por la humanidad por su valor físico e intangible. Nada ni nadie se la puede tomar ni por un segundo, ni para vigilias ni otras farsas, ni siquiera si se llaman farras.
Los palacios presidencial, arzobispal y municipal deben protegerse en épocas de intranquilidad, pero no es esa una razón para el secuestro del espacio, con sus calles cerradas, formando un cerco para los actuales privilegiados, un evento exclusivo con excusas políticas. Tarima armada, para -con música estridente- entretener a una minoría, porque no muchos pueden entrar en esos metros cuadrados, entre senderos y jardineras. Bailando como si fuera fiesta mientras se alardea de golpes y conspiraciones. ¿Qué mismo? ¡Nada se entiende, nada es serio!
Ojalá estas falsedades no se transformen en una verdad. Parecería que la buscan a propósito.
De la Plaza Grande somos los dueños, valga la insistencia, sin importar nuestro color de camiseta o bandera. ¿Habrá otorgado el Municipio los permisos correspondientes para el evento musical con sánduche y cola y roncos discursos repetitivos? ¿Cobrará luego por los daños a jardineras y quizá árboles de hace tanto tiempo, si los hubiere?
Las revoluciones han ido y venido, hacia delante y, a veces, para atrás aunque se llenen de mentiras y traten de asustar.
Presidentes han vivido, saludado y han caído también, pero dentro de esos reveses, de los cuales no queremos repetición, lo han hecho con sobriedad y humildad, con respeto hacia el pueblo, el que los quiere y el que no. Pero la Plaza de la Independencia siempre ha sido de todos y todas, así como el país.
Ni la Shyris se puede dividir en dos grupos: uno con tarima, cantantes y música o fútbol, otro con el valor y decisión de un pueblo que, por dignidad, se levanta. No se diga la Plaza Grande, hito histórico, llenándola con seguidores enlatados en buses, dejados en avenidas aledañas y a buen recaudo, mientras contrastan con un pueblo guiado por su propia convicción y fuerza, en pleno derecho de su libertad, expresa su descontento a la fuerza.
¡Es nuestro centro y ese derecho no nos lo pueden quitar!