De bochinche en bochinche, de revolución en revolución, así ha sido la historia de la Sudamérica española: la de “las republiquetas” de Bartolomé Mitre, argentino. Espacio de los sueños de quienes no se resignaban a ser ‘insignificantes’. Eso de soñar: el que también participemos de las modernidades que iban sucediéndose. El que también entre nosotros tuvieran cabida tanto las utopías del rabí de Galilea como las de Carlos Marx.
Soñadores caídos en el empeño, por miles. Entre los cuales se incluyen aquellos que llegaron al poder y fue tal la fuerza de la realidad que por no rendirse escogieron el atajo del suicidio.
Esa realidad forjada en siglos. Esas sociedades que nacieron como resultado de la convivencia entre vencedores y vencidos. Torpes los caudillos bárbaros de la América española. Miopes, se empeñaron en mantener abismales diferencias sociales, sin percatarse que esas mayorías ignaras y biológicamente debilitadas eran un lastre para su propio desarrollo. Ni qué decir tiene que las instituciones republicanas eran para esas oligarquías elementos que debían mantenerse en tanto cuanto sirvieran a sus intereses, tanto económicos como políticos. Estados débiles y arcaicos los creados por los ‘patricios’ hispanoamericanos. ¿Cómo no comprender que en nuestras ‘republiquetas’ los inconformes se hacían presentes animados del sueño de quemar etapas? ¿Cómo negarles el autocalificativo de revolucionarios si poco era lo que merecía mantenerse en pie? Obra de romanos eso de modernizar un país como el nuestro, en el que todo cambio hace temblar el piso de quienes por generaciones se sabían intocables.
A lo que voy. La Universidad de Postgrado del Estado, adscrita al Instituto de Altos Estudios Nacionales, creada por el actual Gobierno, responde al pensamiento del que fue ilustre ciudadano, Germánico Salgado: “…un Estado fuerte tiene razón de ser en la medida en que los administradores públicos sean competentes, honestos y se hallen motivados por la dignidad de su misión. El formar un grupo humano de esas características debe ser uno de los primeros objetivos de la reforma. Será difícil, toma tiempo, pero es uno de los cabos por donde hay que empezar”.
Germánico Salgado había llegado al convencimiento que la reforma (o como quiera llamarse) que requeríamos necesitaba de tal sustento. Es decir algo equivalente al Centro de Estudios Políticos de París, entre cuyos egresados en administración pública se cuentan presidentes, ministros de Estado, funcionarios de alto rango. En el país en el que los derechos del hombre y el ciudadano son respetados, el Estado es una estructura sólida y eficiente, piso y techo para que el pueblo francés se mantenga entre los más respetables del mundo. Salgado fue uno de los pocos estadistas que ha producido la sociedad ecuatoriana.