Un espacio deseado

Nunca como ahora cabe pensar en espacios deseados y perdidos. En casas derribadas, entre cuyos escombros sus antiguos habitantes, con la mirada perdida, buscan lo que, si encuentran, se halla abollado, despedazado, irreconocible.

Fueron espacios deseados; quizá, espacios amados. En ellos sucedieron encuentros, conocimientos, amores, soledades. Paredes-testigo de alegrías y penas, de regocijos e ilusiones juveniles y quizá de enfermedades y agonías, ‘asistieron’ a infancias, adolescencias, madureces, partidas. Lugares llenos de vida y muerte, acumularon recuerdos: sin sus paredes, hoy todo se desdibuja y vacía. El sol amarillo-dorado del amanecer y el dorado rojizo del ocaso iluminan ruinas. Y sin embargo, ¡qué resignación ante la inmensa pérdida, y qué deseo de volver a empezar, de crear otro espacio para reconocerlo como propio, y amarlo, mientras esperan en ámbitos impersonales, de cuyos rincones se apropian para no sucumbir de desesperación y soledad!…Pueblo noble y querido, abocado a vivir el espacio vacío del hijo que murió, del esposo o la esposa desaparecidos, del abuelo anciano que, asustado y confuso ante la desgracia, piensa en los otros y se pregunta en qué puede ayudar o cómo eclipsarse, para no molestar… Sacarán fuerzas de flaqueza, como siempre que nuestro pueblo se ha sentido injustamente golpeado. Y si queremos decir a quienes lo perdieron todo, que hay espacios y espacios, y que uno reemplaza a otro, su mirada nos mostrará que saben más que nosotros de lugares imperdibles como el mar al que empiezan a volver los pescadores que tanto lo conocen, y al que vuelven los peces, sabiamente; como las redes que remiendan en silencio al amanecer, de regreso de la noche marina. Como la cocineta que milagrosamente salvaron y que hoy fríe el pescado generoso para incontables comensales hambrientos. Quienes todo lo perdieron nos muestran que hay infinitos espacios por vivir, en la esperanza de recomenzar.

¿Nos atreveremos a contarles que un libro, que cientos de libros son espacios deseados y que, una vez en ellos, no habrá terremoto que pueda privarnos del poso que su lectura nos dejó?; ¿que lo son una palabra generosa, una presencia noble, la música amada, un filme inolvidable, un encuentro, una mirada? ¿Que los recuerdos viven? Espacios dignos de buscarse y cultivarse, de cuya propiedad, una vez instaurada en nuestra vida, ningún movimiento azaroso nos privará. Que cada ser humano es un espacio por desear, y la palabra henchida de indulgencia y verdad puede calmar la desazón y disipar el miedo y que son espacios por vivir, para todos, la tristeza, la pérdida, si nos procuran una mirada compasiva y un empeño mayor por ser, junto a los demás.

Comprendo que desbarro: ¿cómo decir a quienes perdieron espacios amados y tangibles que su pérdida tiene otro sentido que el desgarramiento que sufren, del que pugnan con tanto dolor por levantarse? Y sin embargo, hay otros, muchos otros espacios deseables y deseados, al alcance de la mano, de la inteligencia, del corazón.

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