La escucha telefónica que revela la conversación del ex Presidente Lula con la Presidenta Dilma es la más reciente vergüenza pero no la única del escándalo que aqueja a Brasil.
Lula fue un líder indiscutible. Su lucha por el cambio social fue admirada por millones de seguidores y respetada por sus adversarios. Fue un líder de izquierda que nació de las entrañas del poder sindical y la izquierda y su empeño por transformar Brasil, un esfuerzo loable colosal.
Pero la imagen del gigante se derrumbó por esa palabreja que suena inequívocamente al poder destructor, un germen corrosivo: la corrupción.
Ya el mensalao y empezó a hacer mella en la imagen del gobierno de Lula. Pero el colosal escándalo del ente estatal petrolero Petrobras, los negocios con las cuatro grandes constructoras, que son inmensos conglomerados empresariales; y los arreglos con distintos partidos solo mostraban como funciona el status quo.
Partidos y figuras financiadas por el poder, dinero en abundancia descomunal del Petróleo en tiempos de grandeza del oro negro, constructoras beneficiadas por contratos millonarios. Y fuera de libreto, atónito, el gran financista de todo este montaje: el erario público, la plata del pueblo.
La magnitud de la denuncia no alcanzó para derrotar a la Presienta en su reelección pero ya sembró el germen de la duda.
A ese deterioro se sumaban los rolezhinos y sus tomas de los grandes centros comerciales, la inequidad y los grandes cinturones de pobreza y la promesa de un cambio profundo que nunca llegó.
Esa tensión social hizo crisis en dos momentos clave: la visita del Papa y el Mundial de fútbol, cuyos ostentosos escenarios eran la muestra de esos contrastes que marcan a ese país maravilloso y de impresionantes claroscuros.
Este blindaje de Dilma a Lula, este pretexto de Lula de ir al gabinete para proteger a la Presidenta tendrán un efecto de rebote negativo. Un poder político que se encierra en sí mismo y unas mayorías que ganan la calle con protestas como las de los ciudadanos ‘indignados’ en Europa, muestran lo desatinado de la decisión.
La suerte del ex Presidente, que no quiere ser juzgado por el poder judicial, y de una Presidenta que lo encubre en el manto de la nominación política podría minar lo poco que le queda de credibilidad, y ser contraproducente. Es probable que el ‘impeachment’ de la propia mandataria sea un paso inevitable y el deterioro de la credibilidad solamente ahonde la situación.
El escándalo de Brasil en este nuevo capítulo llega en medio del desbande del poder de otros gobiernos que tuvieron alta credibilidad y muchos votos en la región.
Lula y Dilma se cargan la imagen de la izquierda continental y le harán daño serio a su prestigio e ideales.
Además, la arrogancia del populismo chavista y su engendro, Maduro y el desgaste del kirchnerismo y los juicios de corrupción en la Argentina suscitan reflexión.