Escribir para recordar

Dos eventos recientes llamaron mi atención sobre la importancia de un texto escrito, ya sea en forma de novela, ensayo, diario, cartas o un simple anecdotario de red social, para convertirse en un salvavidas oportuno cuando la memoria empieza a naufragar.

El primer evento se produjo durante un viaje que tenía por propósito seguir las huellas del pasado de un personaje que, en completo silencio, realizó una labor de extraordinario humanismo durante la Segunda Guerra Mundial. La señorial Estocolmo aún conserva entre sus calles, cafés, plazas y edificios históricos alguna de esas huellas, pero los lugares que habitó y la casa en la que funcionó su oficina durante aquella época han sido reemplazadas por construcciones modernas. Han transcurrido cuatro décadas desde su muerte y más de setenta años desde el final de la guerra, y en ese lejano país escandinavo, que fue su hogar y su segunda patria, apenas un puñado de personas lo recuerdan, el mismo puñado de personas que conocen su hazaña.

Esos mismos días, mientras seguía los pasos de aquel personaje, falleció en Quito una amiga de muchos años, compañera del colegio Isaac Newton desde 1981 hasta 1986. Con Claudia no nos veíamos seguido, pero estuvimos en contacto todos estos años a través de un chat que mantenemos los ex alumnos. Cuando recibí la noticia, de pronto se me vinieron a la mente los recuerdos de esa época maravillosa de la temprana juventud, en especial aquel año de 1981 cuando los veinte alumnos de la primera promoción viajábamos en una pequeña buseta que recorría las entonces desoladas y tranquilas calles de Quito haciendo el trayecto entre nuestras casas y el colegio. Y allí estaba Claudia, siempre sonriente, amable, jovial, cantando a voz en cuello esas canciones que se habían puesto de moda aquel año (Gloria, Aire, Claridad, Funky Town, Back in Black, So Lonely…) y que nosotros escuchábamos en un casete de contenido heterodoxo que debió terminar, luego de varios remiendos, con la cinta desgastada y ovillada en algún basurero. Allí estaba ella también la tarde en la que la armamos una batalla de marcadores y quedamos pintados y repintados de la cabeza a los pies con el consecuente castigo, por doble turno, de nuestros padres y profesores.

Pensé entonces y pienso hoy en la importancia de dejar algo escrito sobre aquellos pasajes que nuestra mente se llevará un día para siempre. Para activar esa avalancha de imágenes que tenemos almacenadas en el desván de nuestra memoria y que quisiéramos rescatar, no basta con recordar, se hace necesario escribir y compartir lo escrito.

Así como el personaje aquel transitará otra vez por las calles de Estocolmo y repetirá su proeza silenciosa cuando su historia sea recogida en un texto, de igual modo sucederá con esos recuerdos que necesitamos recobrar alguna vez, en medio de la tristeza y el desconcierto, de aquel viejo desván.

A la memoria de nuestra querida amiga y compañera, Claudia Ospina Aldana.

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