¿Qué escribir...?

¿Qué escribir para que la columna no sea el pobre escrutinio del enorme bostezo en que se ha convertido la vida pública? ¿Deben ser las columnas de los periódicos registros exclusivos del turbio ambiente de la política y del culebrón de la macroeconomía? ¿Cuándo se derogó de las páginas editoriales la intimidad de lo cotidiano, la maravilla de las reflexiones de un viaje, la profundidad del cielo serrano?

¿Qué escribir y para qué escribir? El periódico es parte esencial de la vida moderna. Difícil imaginar el desayuno sin la apresurada revisión de las crónicas sobre la economía en picada, la política en tonos grises y el volcán en alerta amarilla. Incompleta es la visión de la oficina pública sin el burócrata ocupado en leer los matutinos y los vespertinos. Característico de una clase media que ancla sus reflexiones en la prensa es el decir aquel, que aún constituye apelación a verdad irrefutable, "si está en el periódico...”

El hombre moderno es lector de periódicos. Si alguna nota caracteriza al quiteño es su adicción a la prensa escrita, y hoy, con más frecuencia, al noticiero vía Internet. En las páginas mañaneras de un diario está una perspectiva de la vida. Están las noticias, los editoriales, los deportes, la crónica roja. En la prensa están la picaresca, el cine y, a veces, los libros. Estuvo la Mafalda, que, además de tira cómica, es nostálgica y aguda visión de los años setenta. Está la imaginación de Calvin, que hizo de su tigre de felpa el amigo inseparable de los sueños infantiles. ¿Estamos nosotros?

A veces, escribir una columna es un drama que enfrenta uno ante la computadora. Los lectores -unos, anónimos amigos y otros potenciales adversarios- se convierten entonces en implícita presión de los que esperan algo de imaginación, un poco de luces y un par de ideas de los que decimos cosas en los periódicos. El problema es que, entre la ramplonería dominante, se corre el riesgo de escribir lugares comunes o disparates opacos. A veces, uno se angustia porque los temas al uso se han hecho tan grises que el artículo queda contaminado con sus tonos terrosos y con las basuritas frecuentes en la crónica roja política. Y no es bueno ni incurrir en artículos polvorientos ni en pecados insultatorios, que solo ponen en evidencia la pequeña estatura del que escribe.

La columna puede ser sesuda reflexión, grito angustiado, espacio de encuentro con el lector que coincide, u ocasión de disputa con quien difiere.

Debería ser ventana abierta a los vientos frescos de la cordillera, crónica del paisaje ignorado u ocasión para meter en la página editorial un pedazo del país distinto. Vale la pena, de vez en cuando, preguntarse para qué se escribe, ¿qué es esto de la opinión pública?, ¿son los lectores parte de ella? Antes de escribir, es bueno cuestionarse ¿para qué escribir y si habrá de leer alguien esto que uno piensa?

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