La palabra es un bien inmaterial, muy valioso, avalado por el carácter, que enriquece y fortalece a la persona. La palabra, en mi opinión, es más valiosa que el oro, quizás equiparable con el tiempo, por su valor, por su irrecuperabilidad y también por su escasez de hoy en día. La palabra fortalece al hombre de bien y desprestigia al apurado, de esta manera, la palabra está asociada a la confianza, a la credibilidad, a la honra.
En toda crisis, sea por errores propios o no, lo vital es asumir con entusiasmo la responsabilidad que corresponda, disculparse – de ser el caso – y enfocarse en la reparación, esto es, en la solución del problema y no en los culpables. En este orden de ideas, la verdad juega un rol muy importante, ya que es el puntal que sostiene la palabra y que alimenta la comprensión y aceptación del problema por parte de la gente. En tal virtud, la verdad, siempre será la mejor justificación, por ende apalancarse en la mentira es tomar el camino fallido.
En tratándose de un líder, no digamos de un presidente, la palabra cobra mayor sentido e importancia. El pueblo no debería dudar de la palabra del líder, pero para aquello, el líder debe hacer lo elemental, esto es, cumplir y honrar su palabra. Pero si el pueblo duda, con ella se derrumban las expectativas, las esperanzas y con ello llega la desilusión, el arrepentimiento y consecuentemente se pone en riesgo la permanencia del apoyo.
La integridad de la palabra es mayor aún, cuando esta es consistente con lo que siente, piensa, dice y hace la persona, basada en la verdad y en la buena fe, todo lo cual en sintonía con la conciencia; en cuyo caso, de una manera milagrosa, no hay tempestad o dificultad que pueda perjudicar y no se pueda enfrentar, ya que contará con la aceptación y el apoyo de las personas.
Llama la atención que, un tema tan sensible, como es el de la crisis energética, apresuradamente y quizás confiado en expectativas y no en realidades, el presidente de la república haya comprometido su palabra afirmando que, en diciembre se volvería a la normalidad en lo que se refiere al suministro de energía eléctrica, dando a entender por ende, que se acabarán los apagones.
Lo cierto es que, hasta el jueves 19 de diciembre, continuaron los apagones, si bien y en buena hora con reducción de horas. Al momento de terminar de escribir esta columna, viernes 20, en buena hora los apagones, en lo que respecta a los hogares, en principio, habrían terminado, según fuentes periodísticas. Sin embargo, debemos tener presente que, siendo realistas, es muy probable que este alivio sea temporal, ya que durará en el mejor de los casos hasta el próximo estiaje…
Infortunadamente, se ha anunciado que, por 15 días, determinadas empresas que son altas consumidoras de energía eléctrica, tendrán racionamiento de suministro. Esto nos lleva a suponer que, para aquellas empresas, esta difícil temporada de restricción, sumada al largo e innecesario feriado, más los sábados y domingos, se les generará una importante pérdida fruto del detenimiento de sus operaciones por casi un mes.
Es evidente que, jamás se puede comprometer la palabra cuando su cumplimiento no depende de uno, sino de terceros y/o de circunstancias externas y/o de condiciones climatológicas. Así vemos que, ya hay un proveedor que habría incumplido, quizás ahí se expliquen los cortes a las empresas en mención. Dichas palabras apresuradas, suman al desconcierto y al oscurecimiento de la confianza ciudadana. Consecuentemente, afirmar que en diciembre se volverá a la normalidad, no es lo apropiado y resulta forzado, ya que la realidad nos ha indicado otra cosa; así lo que se debió decir, por ejemplo, es: “durante diciembre se empezará a normalizar el suministro, mientras las circunstancias lo permitan, toda vez que, el gobierno está prioritariamente desarrollando todas las actividades urgentes a fin de ir superando esta delicada situación…”
El hombre prudente sabe bien que, es amo de lo que calla y esclavo de lo que dice…