Se aproxima la fecha para que el ente electoral convoque a los comicios en los que se elegirá a los nuevos mandatarios y asambleístas por los próximos cuatro años. La carrera por la presidencia tiene un claro favorito. Sin embargo, más allá de sus reales posibilidades de mantenerse en Carondelet, hay varios temas que tienen que ser analizados y que abren más de una interrogante acerca del futuro cercano. El Presidente en funciones, al ser elegido para el actual período, obtuvo alrededor del 42% de apoyo del electorado. Eran tiempos en los que sus entonces aliados de la “izquierda infantil” y otros le otorgaban seriamente su apoyo. Ahora se encuentran alejados y no ahorran oportunidades para lanzarse dardos mutuamente. Esa izquierda, junto a los grupos indígenas, históricamente ha representado el 10% de los votantes. ¿Cuánto de esa fuerza electoral se mantendrá leal o le negará su voto al candidato-presidente? ¿Será suficiente el apoyo que se dice ahora existe en la Costa ecuatoriana a favor del grupo en el poder, para que reemplace el voto duro y militante de ese sector político que coadyuvó para llevarlo al poder? Las encuestas que se conocen exhiben una importante intención de voto pero, así ella exista, es claro que esos porcentajes no se traducen en votos reales y concretos. Los datos históricos lo demuestran.
Si se tiene en cuenta el actual enfrentamiento, es claro que al Gobierno le interesará atraer al electorado ubicado en ese nubloso espacio denominado centro-izquierda. Le resultará fundamental para vencer en la primera vuelta. Ya se aprecian signos de ciertos movimientos: reuniones con sectores a los que se criticaban, distancias prudentes con alineamientos que la población rechaza. En suma, una estrategia electoral que pretende reemplazar el apoyo perdido. Quiere sumar en ese sector que le fascina declararse de “avanzada”, pero con la billetera llena para sus gustos burgueses.
Si lo logra, el reto será afianzarse en otras condiciones. Probablemente, y el oficialismo lo sabe, las dificultades para construir una nueva mayoría que respalde el proyecto se repetirán. Tanto es así que les preocupaba esta situación, que tuvieron que cambiar por ley el método de asignación de escaños para intentar estructurar un grupo adepto a sus intereses. Pero en ese campo reina la incertidumbre. Si no fuese así, no se preocuparían a último momento por aprobar un ‘Código de Ética’, que supone el allanamiento total a las decisiones del partido so pena de perder la calidad de asambleísta.
Todo hace suponer que cualquiera que sean los resultados los próximos cuatro años no estarán exentos de las controversias, fricciones y enfrentamientos que han caracterizado la vida política nacional. Quizás, hasta se encuentre en riesgo la hegemonía absoluta de la que han gozado. Al parecer no se juega solo el futuro inmediato sino que, en el evento de la reelección, empieza la carrera para el subsiguiente cuatrienio.