Errores inevitables

Buenos motivos para festejar tuvo la gente de los medios de comunicación después de la audiencia en la CIDH. La conformación de la delegación gubernamental y las intervenciones de sus integrantes fueron puntos a favor de las denuncias presentadas. La verdad es que resulta incomprensible que un Gobierno que aparentemente cuenta con tanta materia gris cometa errores tan grandes como los que se vieron y oyeron allí. El primer error fue la integración de la comitiva oficial, no solo con miembros del Ejecutivo como correspondía a la ocasión, sino con autoridades de otras funciones del Estado. Aunque crean que en tiempos de neoconstitucionalismo ya no existe la tradicional separación de poderes (como lo dijo el líder en el video que fue exhibido allí), debieron pensar en que los integrantes de la CIDH no comparten esa idea. Aún más, estos últimos están obligados a vigilar que ese principio se cumpla, ya que constituye uno de los pilares que sostienen a la doctrina de los derechos humanos y una garantía del ejercicio pleno de las libertades. Solo era necesaria una pizca de inteligencia para suponer que la inclusión del Presidente de la Corte Constitucional y del defensor público en la comitiva ten-dría efectos tremendamente negativos.

El segundo error fue el discurso del Ministro. Acostumbrado a la tarima y sin el menor interés por conocer la realidad de los organismos internacionales, era prácticamente inevitable que su discurso le retornara como búmeran. Adhiriéndose a las teorías de la comunicación de los años setenta, confesó abiertamente las razones últimas de su aversión y de su gobierno a la opinión plural. Así, dejó sentado que frente a la obra pública y a la inversión social solo caben, como respuestas, el asentimiento y el silencio. Por eso, nada mejor para cerrar la alocución que citar al caricaturista Galeano, que debe haber dado más pistas a los comisionados.

Los errores se repitieron cuando quisieron evadir con picardía criolla la invitación a la CIDH. Además de hacer evidente su intención evasiva, esta actitud supuso una contradicción evidente con la importancia que ellos mismos dieron a su delegación (con tres ministros y con funcionarios de otros poderes). Los errores siguieron con más fuerza cuando el líder sostuvo que acogerían las recomendaciones “siempre y cuando sean razonables”. Es decir, para nosotros los tratados internacionales son tan flexibles y sujetos a la interpretación como nuestras propias leyes.

Esos errores no se explican únicamente por incapacidad. Ellos provienen de la combinación de dos principios básicos del Gobierno. La limitación de la opinión ajena y de toda forma de discrepancia y el autismo ante el mundo. Por tanto, eran inevitables y no daban lugar a la justificación del integrante del grupo que explicó su presencia como una coincidencia porque tenía compromisos académicos.

Suplementos digitales