La Asamblea Nacional aprobó de un plumazo dos de las cuatro universidades, de clase mundial, que el Gobierno prevé para revolucionar el sistema universitario ecuatoriano. Entre ellas, Yachay que, a un costo que superaría los USD 600 millones, constituiría un polo de desarrollo de tecnología de punta (biotecnología, nanotecnología y otras), integrada a la industria y generadora de patentes e innovaciones para el mercado, como vía para la transformación de la matriz productiva del país. He leído el texto preparado por el profesor Arturo Villavicencio, titulado “De la universidad funcional a la universidad de la razón” en el que se exponen fundamentados y demoledores cuestionamientos a este proyecto, que bien hubieran sido materia del debate legislativo que no ocurrió .
¿Qué sostiene Villavicencio para poner en duda este proyecto emblemático de la revolución? El profesor de la UASB afirma que el modelo Yachay parte de la premisa equivocada de que la “innovación es el resultado de la investigación científica llevada a cabo en las universidades” (p. 10). Con base en la exposición escrupulosa del debate académico en la materia, Villavicencio demuestra que el modelo lineal ciencia-tecnología fue ya superado pero, además, que es incongruente con las posibilidades y necesidades del país. Dado que nuestra economía es poco diversificada e integrada, con débiles encadenamientos y baja tecnología, es un despropósito el pretender construir, a un costo exorbitante que desfinanciaría todo el sistema universitario ecuatoriano, polos de desarrollo tecnológico de punta que solo profundizarían una brecha tecnológica en el sistema productivo nacional y que no estaría orientado a resolver sus problemas acuciantes. La creación de “clusters” tecnológicos, como Silicon Valley, corresponde a las necesidades y condiciones de otras sociedades y no es trasplantable. Una réplica de aquello en Urcuquí, como se pretende con la Ciudad del Conocimiento, profundizaría los problemas y asimetrías ya existentes como la segmentación productiva, la pobreza, el desempleo, la exclusión social, con la creación de un sector dinámico, selectivo, innovador, un verdadero enclave o gueto tecnológico, mientras el resto de la economía y sociedad permanecerían desconectadas, sumidas en lógicas sociales y económicas distintas y envueltas en un estatismo agobiante .
No debería sorprendernos si Yachay se transforma en otro Yasuní, en otra decepción que pasará, sin embargo, una muy alta factura a la Universidad ecuatoriana. Y es que uno no se explica por qué en vez de invertir esos recursos en mejorar lo que ya existe, en vez de duplicar los esfuerzos que realizan varias universidades y las politécnicas del país, se persiste en construir elefantes blancos sobre premisas anacrónicas.