Va, entrecortada, una breve historia:
“Tenía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer los animales de un circo. […] El que más me llamó la atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado… -Es un camello, me dijo el abuelo. Alguien le salió al paso: -Perdón coronel: es un dromedario. -¿Cuál es la diferencia? -No la sé, dijo el hombre, pero este es un dromedario.
El abuelo no era un hombre culto, ni pretendía serlo, pero toda su vida fue consciente de sus vacíos y tenía una avidez de conocimientos inmediatos que compensaba de sobra sus defectos. Volvió abatido a casa y me llevó a su sobria oficina donde tenía un librero con un solo libro enorme.
Lo consultó con atención infantil, asimiló las informaciones, comparó los dibujos y supo él y supe yo para siempre, la diferencia entre un dromedario y un camello. Al final, me puso el mamotreto en el regazo y me dijo: Este libro no solo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca. Era el diccionario de la lengua. Tenía en el lomo un Atlas colosal, en cuyos hombros se asentaba la bóveda del universo. Esto quiere decir, dijo mi abuelo, que los diccionarios tienen que sostener el mundo. – ¿Cuántas palabras habrá, pregunté. – Todas dijo el abuelo”.
Les debo una confesión: habiendo buscado en el diccionario la diferencia entre un camello y un dromedario, si alguien me lo preguntara ahora no sabría si es el dromedario el de dos gibas o si lo es el camello; pero recuerdo con horror que un camello maltratado se rebela contra quien lo maltrata, inmovilizándose hasta la muerte bajo los palos del iracundo; su paciencia sin fin me conmueve aún. Este dato permaneció en mi sensibilidad de niña más que el del número de jorobas de uno u otro animal. Averiguada la respuesta sé –por ahora- que el dromedario tiene una sola joroba y el camello, dos; ¿lo recordaré mañana?
Acepto, no sin aflicción, la deficiencia de mi memoria, gracias a la confesión de Antonio Machado, el enorme poeta: ‘Solo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida todo lo demás.
Muchas son las lagunas de mi memoria’, y respaldo en ella la razón de mis olvidos, y la de mi recuerdo de la paciente agonía del camello. A Machado le compensaba su inigualable intuición…
¿Fue justo el abatimiento del coronel al evidenciarse su ignorancia ante el respondedor abrupto?
¿Lo es, su convicción de que el diccionario lo contiene todo y nunca se equivoca? Para mí, esta última certeza lo justifica: el diccionario contiene las palabras que necesitamos y nunca se equivoca: nos equivocamos nosotros al dejarlo de lado y pretendernos sabios.
El coronel, en sus certezas, era ‘consciente de sus vacíos’ y nunca quiso adueñarse de la infalibilidad ¡ay, tan inhumana!
Vaya aquí mi emocionado respaldo al presidente Moreno, porque presentó disculpas por sus ‘desafortunadas declaraciones’ sobre el cáncer y los médicos.
Vigílese a sí mismo, Presidente, no se equivoque más: ¡El país entero depende de su acertada, inmediata y quizá dura decisión!