La envidia

En el camino de identificar tanto los valores cuanto los vicios concurrentes en una sociedad, según nos hemos aventurado en varias columnas, concentrémonos ahora en una perdición de particular significado. Para B. de Spinoza, filósofo neerlandés hijo de sefardís españoles, los afectos derivados del odio se resumen en la “envidia”, que es el odio mismo, el cual dispone al hombre a gozarse del mal de otro y entristecerse con su bien. Agrega que “de la misma naturaleza humana de la que se sigue que los hombres sean misericordes, se sigue también que sean envidiosos y ambiciosos”.

Según el sociólogo austriaco H. Schoeck, la historia de la humanidad es el resultado de incontables derrotas de la envidia, y por ende de los envidiosos. Manifiesta que, sin embargo, de la justa apreciación de la envidia y debida comprensión de su propagación depende hasta qué grado sabrá imponerse la razón en democracia. A partir de ello desarrolla una teoría general de la sociedad, para la cual el envidioso es sinónimo de “resentido”.

Quienes no están habituados a mejorar sus propias cualidades acuden a la envidia. Al tomar conciencia de sus limitaciones intelectuales (siendo que su intelecto sí les ayuda a lo mínimo) logran ascender a través de la conspiración. La problemática recrudece ante la marcada tendencia del envidioso a dejar de reconocer sus propios errores. Cuando se fraguan los dos factores, el resentido obsesionado no repara en causar daño. En Historia y Utopía, el filósofo rumano E. M. Cioran nos trae un mensaje: “Los políticos son completamente envidiosos. Uno se vuelve envidioso en la medida en que ya no soporta a nadie ni al lado ni arriba”.

La contienda política genera maniobras que tienen por propósito la eliminación del adversario, por envidia, en las que el bien de la sociedad no es el objetivo primordial. Sustentado en la intolerancia que lleva a la violencia, el envidioso obstaculiza la institucionalización de compromisos. El político resentido, así como quien sin serlo pretende convertirse en uno por vanidad, asume modos de crítica a todo… para ganar espacio artificiosamente. Cuando critica de lo que conoce pero acomodando el tema a su ventaja, se bautiza como hipócrita (otra faceta del envidioso); cuando habla de lo que ignora, se proyecta como simple ignorante.

En psicología, el envidioso es un frustrado. Su frustración es el resultado de no ser como el envidiado, y es que jamás lo será pues parte del yerro de no aceptarse a sí mismo. Al negar cualidades al envidiado peca de soberbia, lo que revela – en palabras de Napoleón – un complejo de inferioridad. Al esforzarse por demostrar que no es inferior, el hombre adopta actitudes que lo desmerecen.

Si bien la envidia es un sentimiento que está con frecuencia presente en la naturaleza humana, es preciso identificar a los resentidos para apreciar sus actos en debida medida y por consiguiente recusarlo en lo necesario.

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