En mayo cometí un error imperdonable. Patricio Moncayo presentaba su libro “La planificación estatal en el interjuego entre desarrollo y democracia” y yo tenía que comentar su libro, pero había señalado otro fecha en mi calendario y fallé al compromiso. Mi mejor disculpa es destacar cuán importante su estudio es en momentos como éste donde precisamente se ha olvidado la historia y en lugar de enmendar, se redobla el paso en errores del pasado.
Moncayo hace uno de los primeros esfuerzos exhaustivos por entender y explicar el desarrollo de la planificación estatal en el Ecuador, a través de sus dos momentos más importantes: aquél de la Junta Nacional de Planificación y proclamado por Rodríguez Lara en 1972 como Plan Nacional de Transformación y Desarrollo y el de la primera etapa de la transformación democrática bajo el CONADE. Son dos momentos importantes para la planificación –según Moncayo-, el primero demuestra la capacidad instrumental del estado para imponer su voluntad y trazar una senda de desarrollo y, el segundo, el difícil camino de una agenda de desarrollo ya no vertical sino consensuada entre actores diversos, ya no solo estatales sino también de la sociedad civil.
Moncayo dice bien que el segundo esfuerzo falló precisamente porque la acción de comunicar, consensuar, concertar estuvo ausente en medio de una política cortoplacista.
Uno de los mejores aportes de Moncayo –y algo que coincide con mis propios estudios- es identificar los orígenes del estado ecuatoriano moderno con el aparecimiento del Movimiento Cívico Democrático Nacional y la elección de Galo Plaza en 1948. Esta fue la primera experiencia de conjugar intereses de la Costa y la Sierra (eternamente divididos) en un proyecto de construcción nacional. Y eso se tradujo claramente en el período de estabilidad que siguió hasta 1960, donde la capacidad técnica del estado ecuatoriano llegó a su cénit con técnicos con independencia partidista, ofreciendo su conocimiento, su honestidad intelectual para mejorar el estado. Ese consenso fue respetado y mantenido por gobiernos tan diversos como el de Ponce Enríquez o Velasco Ibarra.
Esto demuestra varias cosas, como bien apunta Moncayo. El país tiene capacidad de generar consensos sobre temas esenciales del desarrollo y lo ha hecho en el pasado. Estos consensos se han vaciado cuando la imposición dictatorial ha tratado de sobre determinar la capacidad del estado para generar solo el desarrollo; pero también cuando los políticos han instrumentalizado el estado y la razón tecnocrática para beneficios simplemente electorales. Es claro que el Ecuador correísta exacerbó los dos anteriores al mismo tiempo y lo que necesita urgentemente es balance. La planificación en democracia es un ejercicio social de comunicación, de interacción y generar consenso. Si no termina siendo una obsesión intelectual propia de los soviets.