Doña Michita, la dueña de la panadería dice: “A las personas se les conoce como verdaderamente son cuando se pegan los tragos. Algunas, son ángeles en sano juicio, pero con varias copas dentro son violentas, libidinosas, insoportables…”.
Don Juanito, le complementa: “No solo el trago saca lo que son las personas, también el poder… Conozco gente amable y solidaria que, subida a un puesto, se transformaron. Les salió el patrón que llevaban dentro. Apareció el prepotente y maltratador… A otros se les encendió la “viveza”, dijeron que esta era su oportunidad… con trampas y corrupciones, se enriquecieron rápido con plata pública”.
Doña Michita y don Juanito tienen razón, alguna gente cambia con la borrachera del poder. En el ámbito político es más visible este fenómeno. La mutación se da indistintamente, sea hombre o mujer, de izquierdas o derechas. Aparecen en campañas como mesías bondadosos, pero en el trono, se convierten en directores de máquinas de terror y negociados. El estado lo ponen al servicio de intereses particulares.
El poder engulle si no se tiene firmes los principios y la inteligencia emocional adecuada. Parafernalia, genuflexiones, trompetas y carruajes, viajes y alta capacidad de decisión sobre procesos y personas, configuran un paquete seductor que incrementa el individualismo, la vanidad y la perdida de la noción de la temporalidad y transitoriedad del poder.
Mientras más alta la responsabilidad y el poder, tienes menos tiempo para la reflexión. Todo es frenesí.
Entonces el poder te enceguece y arrastra a la dependencia de individuos o equipos. Si no estableces las pausas que dan oxígeno y visión, y si no te rodeas de personas leales y trasparentes, aparece un cerco que te impide ver la realidad.
Entonces, los oportunistas con agendas propias, crean círculos y, como tantas veces en la historia, filtran, manipulan e intentan decidir por ti. En política debes ser parte de un proyecto social, si no, serás utilizado en calidad de una pieza más de un engranaje mayor de poder.
El poder es una droga que causa adicción. El antídoto es una buena educación del hogar y de la escuela que te forma en valores y ayuda a que te ubiques en la compleja correlación de fuerzas.
La buena educación te enseña que el poder es efímero y transitorio, y un instrumento, que bien utilizado, puesto al servicio de la comunidad, y de fines trascendentes, facilita el cambio del mundo. Entonces el poder se transforma en causa, en militancia, en servicio que dan sentido a tu vida dentro de la sociedad y del momento histórico que te ha tocado vivir.
La concentración de poder genera autoritarismo y descomposición. Hay que impulsar la Nueva Escuela que aporte a la construcción de un contra poder, inspirado en la democracia, en la libertad y en la justicia, que se desarrolle en el espíritu de los individuos y en el carácter de la sociedad.
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