Los seguidores del ciclismo creímos durante años en la honestidad de Lance Armstrong. Pese a las sospechas, e incluso las acusaciones directas de que se dopaba para obtener sus increíbles resultados deportivos (siete Tours de Francia), mantuve una fe inquebrantable en su honestidad, la que se rompió solo cuando la Usada demostró que había montado el más complejo sistema de mentiras para ocultar el uso permanente de sustancias que le permitían mejorar su rendimiento deportivo. No había duda de que era un gran ciclista, pero claramente obtenía sus triunfos (de los que fue despojado) porque tenía una ventaja indebida. Finalmente, arrinconado por las evidencias aceptó sus mentiras.
La ciencia ha demostrado que todos mentimos. Mentir, se ha descubierto, es una habilidad necesaria para nuestra vida en sociedad, parte de lo que se llama “teoría de la mente”.
La frecuencia, gravedad, profundidad de la mentira varía. Solo unos pocos lo llevan a un nivel patológico y hay unos cuantos que lo usan para sacar ventaja dañando a otros.
En los políticos y la política la mentira ocupa un lugar central en las estrategias, en los discursos, en las alianzas, en las campañas. Un poco de maquillaje a la realidad, cuando no burdos engaños, se usan para llegar al poder o para mantenerse, para acumular o no perder el apoyo popular, subir los réditos o menoscabar a los opositores.
En estos años de la autodenominada revolución ciudadana el engaño fue práctica regular. Cuando contaban con recursos casi ilimitados para difundir sus “verdades”, eran capaces de llegar a extremos delirantes: Correa fue electo el mejor Presidente del mundo, éramos “número uno” o dos en casi todo, la envidia del planeta, el “jaguar latinoamericano”, el gobierno más transparente y honesto de la historia. En tanto acusaban a todo el que se les oponía, o exponía sus engaños, de agentes del imperio, mentirosos, enfermos, sicópatas, cantinflescos, “caretucos”. La idea básica: todos los que no estaban con ellos eran corruptos, interesados o enfermos. Con menos recursos para copar todos los espacios, algunas mentiras se volvieron obvias y se develaron en toda su magnitud con el cambio de presidente. La disputa en Alianza País, el cruce de acusaciones, las revelaciones en los “Panama Papers”, el cambio de Contralor, Odebrecht, etc., han dejado en claro la dimensión del engaño; sin embargo, hay muchas personas que aún creen y esperan con ansia el regreso de Correa para permitir retomar el camino de la verdadera revolución. ¿Cómo se explica esto? ¿Cómo pueden seguir creyendo pese a la abrumadora evidencia de corrupción? La ciencia también tiene la respuesta: tendemos a rechazar todo lo que va en contra del marco de nuestras creencias y prejuicios. ¿Hay un antídoto? No, pero no podemos rendirnos como ciudadanos, debemos confrontar las mentiras y exigir más información, no nos merecemos seguir viviendo en un estado de permanente engaño.
@farithsimon