El 30 de diciembre del 2010 publiqué en El Tiempo una columna sobre Pasqual Maragall, exalcalde de Barcelona y expresidente del gobierno autonómico de Catalunya, a raíz del documental Bicicleta, cuchara, manzana, del cineasta Carles Bosch.
El documental es una larga entrevista a Maragall, paciente precoz de la enfermedad de Alzheimer. Consciente de que en las fases siguientes vendría la pérdida gradual e ineluctable de memoria y lucidez, el político convocó una rueda de prensa con el acompañamiento de esposa e hijos. De allí nació, en abril del 2008, la Fundación Pasqual Maragall para la Investigación sobre el alzhéimer.
El 8 de marzo del 2012 publiqué un artículo sobre los 85 años de vida de Gabriel García Márquez. Recordé el episodio de Cien años de soledad sobre la peste del olvido, uno de los más inquietantes fragmentos de la épica macondiana. Y resalté que era doblemente significativo por la función que el escritor le concede a la memoria individual y colectiva y porque, de manera premonitoria, se anticipa a un episodio de su propia vida: el olvido del mundo y de sí mismo.
Lo que se mantuvo en un clima de amable discreción se convirtió en noticia internacional. Jaime García, uno de sus hermanos, declaró que Gabo padecía “demencia senil”. Ahora, la más estéril de las discusiones gira alrededor del nombre de la enfermedad, como si “demencia” hiciera pensar en “locura” y “degenerativa” en… vaya uno a saber.
Pese a su severidad, la etiqueta no es desafortunada. La enfermedad que aqueja al escritor -que ha aquejado a otros grandes escritores- obedece a un proceso de envejecimiento que “conduce a un deterioro de las células cerebrales, lo que provoca fatiga, problemas relacionados con el equilibrio y pérdida de memoria de carácter progresivo”.
No hay, pues, nada vergonzoso en el padecimiento de esta u otra enfermedad. El manejo de la intimidad de un personaje público es en principio incumbencia de él y su familia, pero es inevitable que, en razón de la importancia del personaje, la noticia se difunda confusamente en los medios de comunicación del mundo. Y es lo que ha sucedido.
Hoy entendemos que “la demencia senil no es una enfermedad específica, sino más bien un grupo de síntomas que son causados por cambios en el funcionamiento del cerebro”. El pudor en el uso de estos términos tiene que ver con la interpretación vulgar que asocia “demencia” con “locura”.
La aceptación de la enfermedad no tiene nada de indigno: un gran escritor empieza a perder la memoria a sus 80 años, la perderá por completo. No escribirá más. De hecho, dejó de hacerlo hace años. Ya no estará conscientemente con nosotros, pero es muy probable que nosotros estemos para siempre con sus obras.