No cabe duda que el dominio de la energía nuclear fue uno de los grandes logros científicos del siglo XX, que devino tema trascendente de la agenda internacional, por sus implicaciones en la convivencia humana. Pensadores griegos como Demócrito tuvieron la noción filosófica de la existencia del átomo, pero la investigación científica se desarrolló en las primeras décadas de la centuria anterior.
Las potencias confrontadas en la Segunda Guerra Mundial aceleraron este proceso con la certeza de que el empleo de la bomba atómica podría significar el término del conflicto, por su poder destructor asombroso, como a la postre así ocurrió.
El Proyecto Manhattan, ejecutado por un grupo brillante de científicos de la época, bajo la dirección de Robert Oppenhaimer, culminó con la construcción de las tres primeras bombas atómicas de la historia.
El ensayo experimental del artefacto nuclear se hizo en el desierto de Nuevo México, en julio de 1945. Pocos días después se lanzaron las dos bombas restantes en Hiroshima y Nagasaki, con los resultados atroces que se conocen. Este hecho potenció el rango político de Estados Unidos en el escenario internacional y fue el anuncio de su gravitación protagónica en el nuevo orden mundial de posguerra. Después de la firma de la paz se inició el largo período de la guerra fría y la bipolaridad soviético-americana, como expresiones de poder planetario. En el plano anecdótico vale la pena recordar que el físico Oppenhaimer, considerado el “padre de la bomba atómica”, se convirtió en ícono de la sociedad americana, en su lucha contra el totalitarismo, pero después cayó en desgracia al invocar la interdicción del uso de esa terrible arma de destrucción masiva.
El mundo pudo soportar los sobresaltos de la guerra fría merced a la sombría lógica del “equilibrio del terror”, generado por la posesión de los arsenales atómicos. Es que el hombre había descubierto el instrumento de su autodestrucción. El politólogo francés Raymond Aron definió ese período tenso con una frase sencilla y profunda: “paz imposible, guerra improbable”.
El Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares (Moscú, 1963) fue el primer intento de control de armamentos nucleares en la era de la Organización de las Naciones Unidas. El Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina (Tlatelolco, 1967), es el pionero de los acuerdos regionales en la materia, sin menoscabo del uso pacífico de la energía nuclear en función del desarrollo.
En este contexto, descrito a vuelapluma, los proyectos atómicos de Irán y Venezuela cobran actualidad y estimulan las cavilaciones geopolíticas.