Durante años nos hemos quejado con razón o sin ella de que no podíamos en América Latina desarrollar una política autónoma y libre porque la de Estados Unidos colisionaba frontalmente con esos deseos. El patronato norteamericano hizo crecer una discurso antagónico y violento en algunos casos y en otros sospechosamente cómplice. Con todo, nunca hemos podido tener tiempo ni espacio para desarrollar una política propia como sí lo tenemos en la actualidad. Nunca como ahora la política de EE.UU. ha sido tan errática e inconsistente con la región y jamás los precios de nuestros commodities alcanzaron niveles tan altos como ahora. El petróleo tuvo un pico de USD150 el barril en el 2008, hoy la demanda de productos agrícolas o mineros hacen que la demanda ponga a prueba nuestra capacidad productiva como nunca antes habíamos tenido memoria. EE.UU. está tan preocupado por su propia crisis y por las que ha generado en Iraq que no le queda tiempo para mirar a su otrora “patio trasero” con el mismo interés de antes. El “enemigo externo” no tiene tiempo para nosotros pero habría que ver qué hacemos para desarrollar una agenda racional, mesurada y consistente con el buen momento económico para dejar de ser la referencia de la criminalidad, el hambre y el desempleo.
Es un tiempo de convocatoria al talento humano orientado a generar oportunidades en unas democracias nunca tan autónomas como las actuales donde no caben los pretextos y en donde solo hay espacio para derrotar a los enemigos internos que surgen hoy como sostenedores de las peores referencias de gestión democrática. Seguimos siendo por ejemplo un subcontinente más violento e inequitativo que África a la que por mucho tiempo tuvimos como referencia de lo peor. Hoy el discurso antagónico, demagógico y violento no tiene más que una referencia distante en la vida de millones que todavía se preguntan ¿por qué seguimos creyendo que nuestra desgracia proviene de afuera y no de adentro?
Requerimos gobiernos que se compadezcan con las grandes oportunidades que se abren no solo para desarrollar un discurso independentista en el sentido más político del término sino en lograr consensos que promueven un desarrollo de largo plazo de la mano de la bonanza económica que genera la demanda externa.
No más coartadas ni pretextos es la hora de los compromisos y de las responsabilidades internas de esas que siempre quedaron sepultadas por el grito, la brutalidad o la ostentación contra los cuales un pueblo generoso tuvo que soportar diferentes tipos de agravio. Hoy solo tenemos nuestras culpas y complejos a cuestas. Y ellos son los enemigos internos que nos detienen en un desarrollo que todavía sigue siendo posible. No hay nadie a quien culpar afuera sino a nosotros mismos.