Quien está contra la minería: enemigo público. Quien deja ver su descontento en la calle mostrando el pulgar hacia abajo y es interceptado por gente enmascarada y afrentosa: enemigo público. El caricaturista que le busca la esquina del humor a la tragedia de la política: enemigo público. El joven de los memes: enemigo público.
Aquel que hace oposición: enemigo público. Y quien se asombra del alza de la gasolina: enemigo público. Aquel al que le parece extraño que se importe petróleo para que funcione la refinería: enemigo público. Y quien protesta porque la vía abierta en el Yasuní no parece ni muy sendero ni muy ecológico: enemigo público.
El bloguero y el rebelde: enemigos públicos. Quien se asombra de los sueldazos que se pagaban en Yachay: enemigo público. Aquel que alerta que la explotación del campo Armadillo puede desatar nuevos conflictos en los territorios donde habitan pueblos ocultos: enemigo público.
Quien no está muy conforme con el modelo de ciudades del Milenio: enemigo público. Y quien no quiere aplaudir la construcción de carreteras, escuelas u hospitales, pues le parece que justamente para eso se elige a las autoridades locales y nacionales, es decir, para que hagan obra: enemigo público.
Quien se asombra de las medidas neoliberales como alternativas para paliar la crisis: enemigo público.
Quien encuentra enredados, engorrosos e innecesarios los procesos y los trámites inventados por la burocracia: enemigo público.
Quien escribe o denuncia: enemigo público. Quien cuestiona el sistema: enemigo público. Quien no celebra el 30-S y prefiere no recordarlo: enemigo público. Quien no quiere complacer al poder: enemigo público. Quien insiste en la defensa de los parques nacionales: enemigo público. Quien se muestra escéptico frente a la política: enemigo público. Quien no alaba la obra de los gobernantes: enemigo público. Quien no ve muy justa la justicia y su aplicación: enemigo público.
De eso va la obra de teatro que se estrenó en el Teatro Sucre hace unas semanas y ahora se presenta en el Patio de Comedias: ‘Un enemigo del pueblo’. La obra, escrita por el noruego Henrik Ibsen en 1883, está plenamente vigente y puesta en escena por Cochebomba. Y en el Ecuador de hoy, se lee como si el país estuviera frente a un espejo absurdo: una obra sobre el costo de la verdad y los riesgos de la denuncia. Las actitudes timoratas de cierta prensa. La moderación de ciertos sectores sociales que no se atreven a contrariar al poder y que prefieren coquetear con él. Los intereses individuales con disfraz de bien común. Y todo, con matiz de comedia.
En los días de estreno, con muchos aplausos… a propósito, el que aplaude: enemigo público también, así que no se excedan en las ovaciones si no quieren contrariar al poder.
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