Cuando un adolescente tiene aún muy lejos el ideal de ser un hombre maduro, lo que implica ser responsable, serio, coherente, equilibrado y juicioso, le ocurre siempre la idea de responsabilizar al otro de su condición de debilidad o irritabilidad. El que adolece (adolecere en latín), culpa de sus males a las conspiraciones pérfidas que sobre su persona se tejen en lejanos rumbos y que tienen como objetivo acabar con su largo gobierno adolescente. En América Latina, EE.UU. ha representado el blanco propicio -unas veces con razón y otras no-, pero ¿qué ocurre cuando falta “el imperio” a la cita y los problemas tienen que ver con cuestiones domésticas mal administradas? O cuando la gente sale a las calles y en vez de exhibir pancartas con el clásico “yankees go home” aparecen grandes manifestaciones diciendo: “fuera Cuba”. Algo grave ha ocurrido en la Venezuela del siglo XXI donde los adversarios del Régimen le saltan entre los propios habitantes y las excusas tradicionales no alcanzan a convencer a nadie.
Es tiempo de mirar a los enemigos internos. Aquellos que desde la economía se transformaron en dogmas políticos y desde ahí creen torpemente que se pueden manejar desde cotizaciones de monedas hasta el sistema básico de distribución de alimentos. Algo comprobado en regímenes autoritarios y que por supuesto fracasaron alevosamente mientras los nuevos ricos encargados de la administración buscaran culpar a quien pase enfrente del desabastecimiento que existe en el país. Los enemigos internos son los que creen que la democracia se puede manejar desde el rito repetido de las elecciones sin entender que esos mandatos tienen forma de caducidad en la gestión que un Gobierno debe llevar adelante. Ahí están los que como termitas carcomen las estructuras de un Gobierno que llegó para castigar a la democracia pero aún no puede acabar con ella desde el Gobierno aunque se empeñe tozudamente en dicha acción.
Cuando la gente se cansa de los trucos viejos, de los discursos incoherentes… tiene mayor validez aquella afirmación de que se puede engañar al pueblo durante un tiempo pero no todo el tiempo. Ciertamente que la retórica del enemigo permanente ubicado en el exterior sea más fácil ejercitarlo desde una isla que desde un territorio continental como lo prueba el caso de Cuba, pero que evidentemente no es el de Venezuela y de otras naciones empeñadas en parecer democráticas cuando en realidad se muestran cada vez más autoritariamente incompetentes en culpar al otro de su desgracia.
Las calles inundadas de protestas con pancartas sorprendentes como “fuera Cuba” añade un nuevo ingrediente a esta parte del mundo donde parece que cuando más cambiamos más permanecemos iguales. El viejo truco no resiste ni al más ingenuo de sus adherentes y comienzan a manifestar abiertamente el deseo que el adolescente se convierta en un maduro ser humano que entienda los límites entre la inocencia permanente y engañosa de la realidad evidente que ya no admite tergiversaciones.