Son muchas, en todo el país y en el mundo, las iniciativas de estudio y divulgación de la Encíclica ‘Laudato Si’ del papa Francisco. Y aunque no faltan aportes anteriores del Magisterio al tema ecológico, es la primera vez que un sucesor de Pedro dedica al tema un documento tan amplio e importante. El papa Francisco, ante la ‘flor y nata’ del Congreso de EE.UU. ha recordado a todos, pero en especial a los más poderosos, que urge responder con una “ecología integral” a los abusos que sufre el planeta.
Más allá de los intereses políticos y económicos de turno, la Encíclica bien podría ser el documento base de la próxima Cumbre Mundial del Clima, a celebrar en París el próximo diciembre. Guste o no a los ideólogos del poder, con esta Encíclica el Papa refuerza su papel de autoridad global, capaz de denunciar los peligros y de velar con sensatez por el futuro de la humanidad.
Me ha impresionado la capacidad de contemplar esta realidad humana que gime y sufre, no tanto por causas naturales sino por la acción del hombre, que ha hecho que en muchos espacios del planeta deje de crecer la hierba y la esperanza… Francisco es provocador y en más de un despacho de Wall Street se habrán resentido. El Papa señala con el dedo una economía salvaje que puede destruir la casa común. Esta desidia financiera es una muestra más de la cultura del descarte y de cómo los más pobres se convierten en los más castigados por un injusto reparto de la tierra, la falta de acceso al agua potable o las condiciones inhumanas de vida.
Frente a la deuda externa de los países empobrecidos está la “deuda ecológica” de los países desarrollados a causa de la explotación desmedida de los recursos, desforestando bosques, contaminando ríos, destruyendo páramos y borrando del mapa a comunidades enteras. Más allá del tiempo de nuestra vida, somos muchos los que nos preguntamos cuál será nuestro
futuro… Es evidente que este futuro depende, cada vez más, de personas, gobiernos y acuerdos internacionales, inspirados,
hoy por hoy, no tanto por la necesidad de custodiar el hogar de todos, cuanto por la codicia y el afán de poder.
La Encíclica marca una línea clara de definición personal, ética y política: o estamos a favor del planeta o en contra de él. A los gobiernos les exige un crecimiento sostenible pero, sobre todo, políticas reales que vayan más allá de los caprichos de una legislatura. Esta hoja de ruta nos compromete especialmente a los cristianos, necesitados de una ‘conversión ecológica’ que nos ayude a vivir como auténticos protectores de la obra de Dios. No se trata de asumir un tono apocalíptico sino de trabajar, día a día, por un mundo mejor. No es suficiente con que cada uno cuide su habitación, encerrado en sus intereses, sino que hay que cuidar la casa entera, los espacios comunes, abriendo ventanas a un momento nuevo de nuestra vida personal y comunitaria. Lo que el Papa nos plantea no es un reto para mañana, sino para hoy. Y es tarea de todos.
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