Fueron los soldados de la Compañía de Jesús, fundada por el Capitán Ignacio de Loyola, quienes en sus recorridos por los confines del Nuevo Mundo tuvieron conciencia de que se hallaban ante un portento: el encuentro entre la Edad de Bronce en casos y hasta en la Edad de Piedra en otros, con el Renacimiento español, la Edad Moderna. Procedieron en consecuencia, guiados por la luz del entendimiento.
Fueron en las misiones de los jesuitas en el Paraguay Oriental en las que el nativo de América no sufrió el impacto brutal que suponía tal encuentro. La evangelización con esa “Cartilla y Doctrina Cristiana” obra prodigios. En cada página, en una columna los conocimientos religiosos y en la otra las bases alfabéticas y numéricas con las que los indios aprendían a leer y escribir en su propio idioma y en español a más de las cuatro operaciones. La enseñanza de artes y oficios, como complemento obligado.
El guaraní demostró cualidades excepcionales para la música y el gravado: se llegó a contar con imprentas de madera durísima con las que se imprimieron textos en ambos idiomas. Las misiones de los jesuitas más que ricas eran prósperas. Las ciudades que iban surgiendo en la selva eran prodigios arquitectónicos, cuyas ruinas, en piedra tallada, como las de San Ignacio en Paraguay, sorprenden por su magnificencia y su perfecta distribución de espacios. Llegaron a ser emporios que no enriquecían a nadie y todo se quedaba en América, alimentando un proceso de desarrollo acelerado con el que se avizoraba ir superando las diferencias abismales entre las edades del histórico encuentro. Ante tal ‘despropósito’ las autoridades coloniales decidieron la expulsión de los jesuitas de aquellas selvas. Sobrevino la soledad, el ocaso de una utopía.
La Compañía de Jesús no cesó en su empeño, siempre animada de solidaridad con la suerte de las naciones a las que llegaba de la mano de Dios. Vital para los pueblos del Nuevo Mundo independizarse de las metrópolis europeas. Llegarían a ser libres si lograban ‘leer y escribir’. Igualmente los jesuitas procedieron en consecuencia: crearon las mejores bibliotecas del continente; a ellos se les atribuye la estructuración, en la Real Audiencia de Quito, del primer sistema educativo de América: escuelas, colegios y universidad.
La Compañía de Jesús fue expulsada de América en 1767 y disuelta en 1773 por Clemente XIV. Restaurada en 1814 por Pío VII, los jesuitas volvieron a América a continuar andanzas no olvidadas, y a ser nuevamente expulsados y retornar una vez más, como sucedió en Ecuador. Inolvidables los jesuitas de El Salvador. Imborrable la huella de Aurelio Espinoza Pólit con su Biblioteca de Autores Ecuatorianos.
A esas estirpes de jesuitas, llamémoslos americanos, pertenece el Papa Francisco, a quien Dios ampare e ilumine.