A pocas semanas de asumir el poder, Lenín Moreno enfrenta una difícil encrucijada. Marcar su propio estilo de gobernar, en el fondo y la forma, o seguir la línea que ha marcado durante diez años Rafael Correa.
Las dudas sobre el derrotero que tomará su administración surgen en vista de la falta de definición de quienes integrarán su gabinete. Por el momento solo se especula con pocos nombres de personajes cercanos al presidente electo, como María Fernanda Espinosa, Homero Arellano, Andrés Michelena, Rosángela Adum, Julio Bueno, Miguel Carvajal…
Desde la campaña, Moreno ha enfatizado que su gobierno se acercará a todos los sectores, se alejará de la confrontación y priorizará el diálogo para la solución de los conflictos políticos. Eso implica un giro radical respecto al Gobierno saliente que es el responsable de la polarización del país.
Por eso, aún no queda claro qué espacio tendrán en su administración los miembros del núcleo duro del correísmo. Especialmente los hermanos Vinicio y Fernando Alvarado, mentalizadores de la política sistemática de ablandamiento mediático; Alexis Mera, arquitecto de la superestructura legal que ahondó el hiperpresidencialismo. O el mismo Jorge Glas, cabeza de los sectores estratégicos, cuyo manejo ha sido cuestionado. Los casos de corrupción en el área petrolera son investigados por la Justicia.
Cuán viable es la reconciliación propuesta por Moreno si los artífices de las fracturas siguen en su administración. Sobre todo, cuál es el modelo que el mandatario electo quiere instaurar, en qué se va a diferenciar de lo que varios analistas denominan populismo radical que encarna Correa y en Venezuela tuvo su máxima expresión con el fallecido Hugo Chávez. Años después, la imagen del coronel sigue siendo invocada por Nicolás Maduro para las grandes decisiones nacionales.
Es una incógnita saber si Moreno escribirá su propia historia o se adaptará al guión que deja Rafael Correa.