Tras las apariencias, prospera el encanto de lo autoritario. La tradición de los jefes, hombres fuertes y manos duras encarna en países sometidos por mucho tiempo a la servidumbre. El asunto tiene raíces coloniales y proviene de la nostalgia que alientan muchos por la obediencia a un caudillo. El tema está en el hecho de que a esta altura de los tiempos, hay gente que sigue entrampada entre la magia de los carismas y la vocación por los “machos”.
La democracia se ha transformado en una ficción: en un instrumento para afianzar el perfil de mandones y seres providenciales, cuya legitimidad no radica en la norma constitucional ni en el voto racional, sino en el montaraz voluntarismo de quien, a su turno, se levanta con el poder. Así, la autoridad deja de ser el “poder autorizado por la ley” y se reduce, como en los tiempos primitivos, a la fuerza primaria y al capricho y a la orden del jefe y de su grupo.
El nexo con el pueblo está hecho de pura emoción, de gestos y símbolos que le permiten al hombre llano sentirse reflejado en el mandón y consolarse así de frustraciones e impotencias.
El caudillismo es una constante en los países de América Latina. Ha marcado su vida y sus tragedias. El militarismo también ha sido fértil en estas tierras, donde aún se idolatran las charreteras y los desfiles. El socialismo de Castro se vistió de verde oliva. Nada de civil hubo en su imagen. En realidad, fue un militar con calculados ademanes y discursos revolucionarios. Perón era un oficial de botas y gorra, con gestos fascistas y desplantes dictatoriales, y aún hoy, el peronismo es fuerza poderosa en la Argentina.
Chávez no se desprendió de su atuendo de combate, fue el macho que pateó el tablero del poder. Los caudillos civiles abundan y siguen pervirtiendo a las sociedades y manipulando la legalidad, transformada en su traje a la medida.
La democracia formal convive con la tradición autoritaria. Esa promiscuidad genera raros especímenes que llegan al poder aclamados por gente que ama a los jefes. La persistente popularidad los caudillos, y esa venenosa nostalgia por el “gendarme necesario” es evidencia de este curioso fenómeno de renuncia a las libertades y de acomodo a sistemas inventados para domesticar, ya sea por la ilusión, el clientelismo o el miedo.
La ineficacia de la democracia formal y la falta de arraigo institucional, pueden explicar esta fenómeno, pero, quizá, la verdadera causa esté en que en la sociedad civil es donde anida la nostalgia por los caciques y sus desplantes. Así, pues, la principal tarea de los verdaderos republicanos está en liberar a las conciencias de pueblos amantes de militarismos y caudillismos. Tarea, esa sí revolucionaria, porque toca el fondo de un tema que ha marcado la historia del país.