Para otorgar la misma relevancia a lo económico y a lo social, lo primordial es mantener el nivel de empleo que se tenía antes de la recesión económica, particularmente evitando que el impacto de las medidas correctivas no sea solo para los ecuatorianos de bajos ingresos.
Para sostener el empleo es estratégico que la demanda de bienes y servicios no disminuya, de modo que el sistema productivo nacional tenga a quien vender, pero sin subir los precios.
Esto es posible congelando los salarios y solo subiéndolos como premio a la mayor productividad, bajando los costos de producción en todos sus factores y siendo prudentes en la fijación de las metas de rentabilidad.
La empresa privada, que emplea a las tres cuartas partes de los trabajadores formales, tiene una alta responsabilidad para que ella misma no se deteriore si el país entra en una crisis incontrolable. Por ejemplo, si el Gobierno retira los subsidios no se debe cargar estos costos al consumidor, para evitar que la demanda se retraiga.
Por su parte, el Gobierno debe abandonar para siempre la hostilidad verbal hacia la inversión privada, aunque tengo dudas que el Ecuador realmente tenga proyectos grandes y suficientemente atractivos que impulsen vigorosamente a la economía nacional. Quizá por eso solo han invertido en empresas ya establecidas.
De todas maneras, conviene adoptar medidas positivas, asegurando la plena certidumbre para que las reglas del juego, que se acuerden sobre bases de equidad, se cumplan a rajatabla.
Es correcta la decisión del Gobierno de no subir los salarios y aplicar un programa de optimización de la burocracia, que no implique botar a la calle a los empleados de bajo nivel que son los que menos influencia tienen frente a un ajuste indiscriminado.
Disminuir a los 547 asesores de alto nivel, que consumen USD 19 millones cada año, es bueno, pero mejor sería designar a ministros que conozcan de los temas para que no necesiten tantos asesores.
Imponer una disciplina de eficiencia en el gasto es atender un clamor nacional, que ha sido correctamente interpretado en el artículo de Milagros Aguirre, intitulado ‘Chuchaqui’ y publicado el miércoles pasado en este Diario.
Los puestos de trabajo también se sostienen cuando el recurso humano es capacitado. Al respecto, ya es lugar común decir que la productividad solo mejora con la buena educación de todos, no solo de los que alcanzan una carrera universitaria de élite. El mes pasado, el profesor Xavier Sala-I-Martin remarcó esta necesidad, argumentando que la evidencia empírica mundial indica que el 72% de las innovaciones de las empresas provienen de las grandes ideas de sus trabajadores. Por eso preconiza que se debe dar alta importancia a la escuela primaria que, en el caso ecuatoriano, si bien ha crecido en cobertura no
ha mejorado todavía en calidad.