El sentido del NO

El triunfo del sí en la consulta popular contiene un mandato para los gobernantes y un claro mensaje para las fuerzas políticas del país. Constituye un rotundo NO a un sistema del que el presidente Moreno debería deslindarse rápidamente, para eso votó la sustancial mayoría de ecuatorianos. La mayoría votó No al autoritarismo. No a la república entendida como propiedad de un movimiento. No a la aventura de transformar al Ecuador en laboratorio de ensayo de las disparatadas recetas del Socialismo del Siglo XXI. No al estilo ofensivo e intimidante. No a la supresión de las libertades. No a la propaganda. No a la concentración de facultades en una sola persona. No al deterioro de las instituciones. No a la inseguridad jurídica. No a la corrupción. Y no al afán de eternizarse en el poder, bajo la peregrina teoría de los “derechos adquiridos”, para reelegirse indefinidamente y construir dinastías al estilo de Ortega, Chávez o Kirchner.

En buen romance, la gente le dijo al presidente Lenin Moreno que, más allá de las reformas puntuales que plantea la consulta, es urgente un cambio de rumbo en la forma de entender las tareas del Estado. Se requiere una enmienda urgente a la dirección intervencionista que desalienta la iniciativa privada; y, por cierto, se hace necesaria la reformulación de la política internacional. Hay que reorientar la economía, volver a la austeridad olvidada, confiar en el emprendimiento privado, alentar la creación de fuentes de trabajo, archivar muchas prácticas burocráticas y eliminar la discrecionalidad en la conducción de la Administración Pública. Y, sobre todo, hay que restaurar el sentido de legalidad, respetar las reglas de juego, dotarle de sentido práctico a la seguridad jurídica, para que vuelva a ser el alero que cubra a cada persona y el escudo que proteja sus derechos.

Para el régimen, el sí constituye un enorme compromiso. La única tarea posible para los mandatarios es leer adecuadamente el hilo argumental del sí, esto es, advertir que el pueblo expresó su confianza en que habrá cambios, en que el autoritarismo ha concluido, en que se deben dejar de lado las tesis que no concuerdan con sus legítimas aspiraciones: trabajar, estudiar y vivir en un ambiente de libertad y seguridad.

Ningún sistema político prospera sin un mínimo de credibilidad. La democracia se basa en la opinión informada y en la confianza correspondida. Y esa confianza es la que le vincula al gobierno nacional con el país; ese es el aire fresco que llegó el 4 de febrero, cuando se abrió una ventana de oportunidades. Ahora, hay que abrir de par en par los demás portones y ventilar del todo el palacete del poder. Hay que ir contra los cerrojos de la Constitución de Montecristi.

Es su turno, señor Presidente.

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