El precio de los hombres

“Todos los hombres tienen un precio”, decía Fouché, el “primer socialista verdadero (…) de la revolución [francesa]”, según Stefan Zweig.

Joseph Fouché escribió un manifiesto comunista un siglo antes que el mismísimo Marx, agregó el autor austríaco.Ese documento –titulado “Instruction de Lyon”– comienza con una declaración de impunidad: “Todo está permitido a los que actúan en nombre de la República [léase revolución]”. Este fue –y sigue siendo– el eje rector de quienes se han llamado revolucionarios: que es legítimo pisotear las leyes y destruir las instituciones de un país, si la causa lo necesitase.

Ese principio, que supuestamente mostraba el ardor de cambio de todos los buenos revolucionarios, terminó convirtiéndose en una patente de corso para cometer toda clase de crímenes: robos, secuestros, asesinatos, mentiras y abusos contra ricos y pobres.

La vida de Fouché es el retrato perfecto de la degradación que provoca esa incapacidad del revolucionario de observar una moral de los límites: durante años llevó una vida de reflexión y ascetismo como seminarista de una orden religiosa. Descorazonado por la falta de acción dejó los hábitos y se enroló en la política, en donde se mostró incluso más radical que Robespierre y Marat.

Por ejemplo, abogó por la abolición de la propiedad de la Iglesia –que le acogió por tanto tiempo– y colaboró activamente en la “descristianización” de Francia. Rechazó la noción de que los nobles también pudieran ser ciudadanos con derechos.

Pero cuando sobrevino el bonapartismo, Fouché se convirtió en uno de los más firmes defensores del nuevo régimen monárquico. Como Ministro de la Policía tejió una red de delaciones y espionaje que se extendió por todo su país y llegó a todas las esferas de la sociedad. Desde esa posición Fouché ordenó encarcelamientos, muertes, desportaciones, esta vez en nombre de los ideales de Bonaparte, el nuevo caudillo.

Esa intensa actividad criminal no le impidió ocuparse también de su propio bolsillo pues terminó convirtiéndose en el hombre más rico de Francia, manipulando precios en la bolsa de valores y obteniendo pingües ganancias, gracias a sus influencias en el Estado. Se unió a la nobleza que antes criticó, aceptando los títulos de Conde y Duque de Otranto.

“Todos los hombres tienen un precio”. Esta frase de Fouché resume la voracidad de los políticos que encuentran en la retórica revolucionaria un cómodo subterfugio para acumular poder y dinero.

Esa frase también subraya la importancia de desconcentrar el poder en funciones independientes, que operen bajo esquemas institucionales sólidos, de forma que nada dependa de la voluntad de un solo hombre susceptible de ser comprado al precio adecuado…

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