“Ecuador es un quehacer antes que un logro, un trance de ser antes que una identidad”, así lo he sustentado siempre. Este aserto se puede generalizar a nuestra América, a pesar de que el tema ‘identidad’ fue pulverizado por la mundialización acaecida por el derrumbe del Muro de Berlín. Como quiera que fuese, ¿qué es identidad? Una definición de Rosa Montero: “Ignoro de qué sustancia extraordinaria está confeccionada la identidad, pero es un tejido discontinuo que zurcimos a fuerza de voluntad y de memoria”.
Jaime Valencia, artista e ideólogo del realismo social, fue un apasionado por los museos. Cuanto libro hallaba sobre esta cuestión lo absorbía de inmediato. A él le debo mi pasión por los museos.
Mis saberes sobre esta materia son, sobre todo, librescos, sin lo cual, por cierto, mi sensibilidad no sería tan intensa cuando visito un museo in situ.
Hay un eje vertebrador de todo concepto de museo: preservar la esencia identitaria de los países. El arte es testimonio y evidencia epocales.
Invaluable repositorio de la memoria del tránsito humano, espacio que labra las naciones. La raíz de museo emerge de museum, del griego mouseoin (casa de las nueve musas de las artes).
El ‘museo’ del ex presidente Rafael Correa es un acervo hueco y nocivo para nuestra identidad en ciernes. ¿Qué miran quienes lo visitan sino un cúmulo de fruslerías obsequiadas por dirigentes políticos y académicos previamente cabildeados por una legión de vasallos suyos provenientes de su Ministerio de Relaciones Exteriores?
Inacabables viajes por el planeta; no hay en nuestra historia un presidente que haya recorrido tanto mundo como él, ostentando opulencia y un supuesto talento resuelto en discursos porosos e iterativos (el ex mandatario es un avezado intelectual wikipediano, carente del más nimio rubor para citar presocráticos o personajes míticos que jamás conoció). En esos periplos coleccionó pergaminos, preseas, placas, medallones, relojes, estatuillas, réplicas, acervo de disparates con el que inauguró su ‘museo’.
El anclaje de estos ‘museos’ se develizan en personalidades narcisistas, misóginas, bipolares, maníaco-depresivas… Si por estas personas dependiera, estarían de cuerpo presente en estos lugares. Estos ‘museos’ del egotismo son propios de gobernantes autoritarios, figurines de farándula, millonarios estrambóticos, héroes deportivos, personajillos de tres al cuarto que estuvieron en el sitio donde pudieron engendrar y concretizar sus desvaríos.
María José Argenzio, brillante artista conceptual, tendría en estas bagatelas suficiente material para una de sus instalaciones. Su proposición descansa en elementos aparencialmente sólidos, pero cuya caducidad es inminente: polvo de oro, azúcar, fondant… Piezas falazmente regias cuyo efecto de riqueza son flashes que obnubilan por un instante. Lo efímero como raíz del ser: verdad incontrastable. Imposible que entiendan los arquitectos de sus propios ‘museos’.