Desde la Crisis de los Misiles soviéticos en Cuba en 1963, el mundo nunca estuvo tan cerca de una guerra con armas nucleares como ahora. La racionalidad aguda y estratégica de Nikita Khrushchev y John F. Kennedy abortaron el desastre. Hoy, es justamente la ausencia de esa racionalidad estratégica y aguda tanto en el líder amenazante –Kim Jong un- y su principal contrincante –Donald Trump- lo que ha agudizado la crisis lo suficiente como para poner en riesgo a la mitad del planeta. Por casi 20 años, los mejores estrategas y estudiosos del comportamiento del régimen norcoreano han llegado siempre a la misma conclusión: las tres generaciones de líderes Kim desarrollaron un comportamiento suicida, capaz de tomar los riesgos más extremos con tal de mantenerse en el poder. Y como tales, su sicopatía es extrema: son capaces de infligir las peores penurias a su propia gente con tal de lograr sus objetivos, peor aún con poblaciones foráneas. Por ejemplo, no dudarían un segundo terminar con la isla de Guam o alguna población cercana en el archipiélago japonés, históricamente sus enemigos. Hasta ahora, líderes occidentales y no occidentales (incluyendo Rusia y China) actuaron en consecuencia, claro hasta que llegó Trump. Una combinación de obsesiones ideológicas nacionalistas, ignorancia atrevida y hubris extrema han roto el escaso equilibrio que existía hasta hace poco. Se sabe bien que éste es un juego de largo plazo, en donde la comunidad internacional mantiene una presión en temas de principios, pues sólo la presión china –no estadounidense- puede contener la tiranía coreana y tal vez lograr una implosión en algún momento. El discurso de Trump en la ONU cambia toda la ecuación. Por primera vez y la forma más absurda posible amenaza con eliminar no a Kim Jong un, sino a todo el pueblo norcoreano de la faz de la tierra. Una estupidez monumental, que tira al piso no sólo los esfuerzos diplomáticos de contención, sino de paso el acuerdo nuclear con Irán que costó siete años negociarlo. Si Trump es un elefante en cristalería en la política y las instituciones de su propio país, en el escenario internacional es un misil con capacidad nuclear. Y en apenas un discurso que pudo para bien del planeta ser irrelevante, terminó con los esfuerzos y la confianza que tardaron décadas en forjarse para alivianar al mundo de nuevos focos nucleares en Irán y Corea del Norte.
No olvidemos que Trump también mencionó a Venezuela. Su anuncio de intervención sólo ayuda a Maduro pues pone carne y huesos a sus fantasmagóricas justificaciones del imperio como causante del desastre económico en Venezuela y el bloqueo de la oposición. Fue además un oprobioso recordatorio de que los líderes latinoamericanos tuvieron tiempo de prevenir el conflicto desde América Latina y frenar una intervención externa y no lo hicieron. Por líderes pusilánimes, la región acaba de retroceder un siglo.