A pocos días de las elecciones presidenciales y legislativas en el Ecuador, cabe hacernos algunas preguntas.
¿Buscamos un salvador? ¿Creemos que el nuevo Presidente de la República, electo ahora o en la probable segunda vuelta, será el principal responsable de sacarnos de los pantanos en los cuales nuestra sociedad ha estado sumergida desde hace siglos?
¿Cómo sale una sociedad de los pantanos del abuso del poder -político, de padres y madres, de jefes- que se expresa en las absurdas pero frecuentemente oídas respuestas “Porque yo digo” o “Porque puedo” a la pregunta de por qué? ¿Cómo se sale del autoritarismo, de la corrupción económica, tanto pública como privada, de la cual de tiempo en tiempo nos horrorizamos? ¿Y de la corrupción íntima, como la del profesor que abusa sexualmente de una estudiante, o la del sacerdote que abusa de un monaguillo?
¿Cómo sale una sociedad de la pobreza, tanto material como espiritual, de la lacerante desigualdad, de la indiferencia ante los problemas sociales, de la desastrosa idea que una buena educación consiste en memorizar hechos o fórmulas, sin que haya de por medio ni pensamiento ni comprensión?
Por tentadora que ha resultado y resulta la idea de los “grandes hombres”, en términos de la cual, por la egolatría de los que se creen tales, se ha escrito mucha de la historia, las sociedades que han logrado salir de (o hacer menos graves) las vergonzosas condiciones en las que aún se desenvuelven muchas sociedades, incluidas las nuestras de América Andina, no lo han hecho por obra y gracia de sus autoridades políticas. En muchos sentidos, la verdad es la contraria. Incluso los progresos que entre nosotros hemos logrado, aunque queda mucho por hacer, los hemos logrado en sustancial medida no obstante las trabas, restricciones e imposiciones, los despilfarros e irrespetos, la negación de nuestra dignidad a las que nos han sometido nuestros gobernantes, quienes, con contadas y honrosas excepciones, han tendido más a la fatua creencia de que son ellos los predestinados a salvarnos, que a la más humilde y honesta comprensión de sus limitaciones.
Lo que yo buscaré en las urnas, tanto en el poder ejecutivo como en el legislativo, son personas que no desprecien ni teman a la sociedad civil, y más bien nos vean a todos quienes la componemos como los verdaderos protagonistas del arduo proceso de salir de los pantanos.
Pero de poco o nada servirá elegir personas más humildes, menos fatuamente pretenciosas que las muchas que hemos elegido en el pasado, si nosotros no asumimos la responsabilidad de dejar de ser prepotentes, abusivos del poder y de los privilegios que pudiéramos tener, indiferentes ante las disfuncionalidades deprimentes que nos rodean.
Yo no busco elegir salvadores. Busco que nos dejen salvarnos nosotros mismos.