Las elecciones del próximo domingo, pese al alto nivel de indecisión y malestar ciudadano, son de vital importancia. Posiblemente sean una de las más significativas desde 1979 ya que está en juego la suerte de la democracia en el Ecuador.
Aunque generalmente se tiende a creer que los procesos políticos siguen una dinámica progresiva y ascendente, la observación de varios casos relativamente recientes en la América Latina nos confirman lo contrario: el desmontaje de regímenes democráticos y la sustitución por gobiernos autoritarios, con tendencias marcadamente dictatoriales.
Rafael Correa gana la presidencia con un discurso novedoso, ofreciendo drásticas transformaciones en lo económico, social, normativo e institucional.
El gobierno de la Revolución Ciudadana pone fin a un aparatoso ciclo de inestabilidad política pero, a diferencia del pasado, en esta nueva etapa se agudizan otros aspectos.
Aunque pudo seguir el ejemplo de una izquierda moderada como la de Uruguay o de Chile, se dejó tentar por populismo bolivariano. Tiró a la basura los principios de la democracia liberal y de los derechos humanos. Con ello se fue también una parte de la Constitución de Montecristi. Eso sí, mantuvieron de esta maltrecha Constitución la parte orgánica. Es decir, todo aquello que hablaba de la organización del Estado y especialmente todo lo que apuntaba a concentrar aún más el poder.
A más de ello se impulsó un proceso de “modernización y reestructuración del Estado” que, más allá de los membretes, sirvió para ensanchar la burocracia hasta niveles insostenibles, así como copar los espacios de la vida económica y social. Es lo que ahora se podría llamar no como “revolución ciudadana” sino “revolución neoconservadora”.
Pero la concentración del poder no solo que ha tenido su parte más amarga en lo que respecta a la garantía y respeto de las libertades. La lucha contra la corrupción es donde más flaquea. De ahí que no sea nada extraño ver al Ecuador entre los países más corruptos de la región. De acuerdo al último informe de Transparencia Internacional, nuestro país comparte esa lista con Venezuela, México, Haití, Paraguay, Honduras y Guatemala. Los casos de Petroecuador y Odebrecht parece que son sólo la cereza del pastel.
Por ello, a más de estar en juego la continuación de un modelo económico fracasado, el abuso de poder a través de un modelo centralista y autoritario, la independencia de los poderes del Estado, los derechos de los pueblos originarios y de la naturaleza, la libre asociación a través de las organizaciones de la sociedad civil, la impunidad y débil lucha contra la corrupción… peligra la democracia.
De ahí que es fundamental cuidar el voto. Utilizarlo de la manera más efectiva. El futuro del país se juega este domingo en las urnas. Hagámoslo con responsabilidad.