Los paros y la pandemia complicaron el día a día del 1 800 000 ecuatorianos mayores de 60 años. Las actividades sociales de este grupo etario casi desaparecieron.
La pandemia y los dos últimos paros han destapado las sábanas de una realidad que el statu quo siempre se afanó en tapar con más o menos “dignidad”: la cruel vulnerabilidad de un grupo etario que, luego de dar todo lo que tenía a la sociedad, pasó a formar parte de los deberes incómodos que debe solucionar el estado.
Bautizado eufemísticamente como “tercera edad”, este grupo de 1900 000 ecuatorianos de más de 60 años vive su último periplo con incertidumbre y frustración, factores causados por la escasa educación, la soledad, la falta de dinero, la precaria jubilación y, la más cruel y despiadada: la poca aceptación de los otros grupos de la sociedad, para los cuales los viejos somos un lastre.
Obviamente, tanto el virus como las duras protestas estiraron el hilo de esta vulnerabilidad hasta casi romperlo, con todas las consecuencias físicas, fisiológicas, sicológicas y sociales que esto implica. A los mayores con cierta holgura económica no les quedó sino recluirse en sus claustros hasta que soplen vientos mejores; a los desheredados de la fortuna (hay más de 41 000 indigentes en el país) no les tocó más de subsistir de lo que hallan en los tachos o les dan manos caritativas.
Es más, muchos de los 583 883 jubilados registrados en el país tuvieron que cambiar sus bitácoras sociales, que les daban un poco de color y calor a sus vidas.
Un ejemplo son los “cuchos” que se dedicaban, casi en “horas de oficina”, al comercio y a la banca (leer El Comercio en las bancas de la Plaza Grande) junto a sus pares, en jornadas que les aliviaban el estrés y donde no dejaban títere con cabeza. Con la plaza más cercada que el búnker de Hitler, estos viejecitos no tuvieron más que quedarse en sus modestos cuarteles.
Otros ejemplos son los tutoriales y cursos que el Municipio de Quito tenía abiertos para los de “sesenta y piquito” y que, por culpa del último paro, tuvieron que cerrase cuando se activaban pos-pandemia. Activación que, por el bien de los abuelitos, esperamos se complete pronto.