Albert Camus tiene obras emblemáticas: ‘El Extranjero’, ‘La Peste’ y ‘El Mito de Sísifo’. El “absurdo” lo conceptúa como un “sentimiento”, exilio sin recurso, divorcio entre el hombre y la vida, entre el actor y su decorado que se derrumba. No está en el hombre ni en el mundo, sino en una “enormidad… el absurdo es el pecado sin Dios”. Es un imposible, que también contradictorio al nacer de su confrontación.
Es un “sin-sentido” vivido a la espera angustiosa de la muerte, la única realidad de la vida. Meursault, personaje de ‘El Extranjero’, se cuestiona el morir, saber que la vida no vale la pena de ser vivida. Aquí radica el absurdo del angustiarse frente a lo inevitable de la muerte. La humanidad actual – posmoderna – llega al absurdo de preocuparse por socorrer al hombre en sus necesidades materiales –tampoco lo logra– dejando en un segundo plano lo humano, que es encontrar algún sentido en la vida.
Se da un paralelismo con el existencialismo de Jean-Paul Sartre para quien las acciones humanas sacrifican al hombre para hacer surgir la causa de sí, equivalente a la nada proyectada en el “asco por la vida”. Arriba a la “nausea”, que es el malestar ante la inhumanidad del hombre.
El hombre reniega de la humanidad en un absurdo justificado. En ‘El Túnel’, Ernesto Sábato a través de Castel transmite su desprecio por lo absurdo de la codicia, la envidia, la petulancia fusionadas en la “gente amontonada”: nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfrentamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros nacen para volver a empezar la comedia inútil. ¡Absurdo!
La rebeldía para Camus “da valor a la vida”, restituye su grandeza. La libertad es manifestación del destino propio, de espíritu y de acción que no admite relación con un ser superior creado a conveniencia. La pasión es goce del presente. El hombre no es proyecto sino naturaleza. Esto permite rechazar las superficialidades, las convenciones sociales, las costumbres, que para Kierkegaard son solo el universo de lo inmediato.