Manos, ¡fuera del Ejército!

Manos, ¡fuera de la Justicia! Manos, ¡fuera del IESS! Manos, ¡fuera del Ejército! La civilización y la barbarie en pugna. “Tiempo de muñecos”, nuestros acontecimientos políticos. Sus protagonistas de “mente enanizada” y “ratonil”.

Un espacio geográfico precioso y desventurado, el nuestro. La historia de su pueblo escrita por Jacinto Collahuaso, destruida por las autoridades españolas, nuestra memoria demediada. La Compañía de Jesús, expulsada de las Colonias: se nos fue de las manos el libro actualizado, nuestro vínculo con Europa. El Dr. Espejo ‘descubierto’ 100 años después de su muerte. Pobre de quien pretendió aproximarnos a la cultura y a la civilización: García Moreno murió a machetazos, Eloy Alfaro arrastrado por las calles de Quito.

Cuando el Banco Central logró que el sucre fuera una moneda con la que se podía emprender, un “demagogo ilustrado” arremetió: “No permitiré una moneda sana con un pueblo enfermo”. Enfermó la moneda y se agravaron las enfermedades de las clases populares.

Sobraba el presidente Roldós cuando se opuso a otra carrera armamentista, quitándonos el pan de la boca: el avión en que viajaba se atoró con gasolina amelcochada y se estrelló. El Grand Guignol: un plutócrata y un oligarca disputándose a dentelladas el control de las Salas de lo Penal de la Corte Suprema de Justicia. Son ejemplos, entre tantos.

Ni que decir tiene que nuestras innumerables constituciones, productos han sido de mentes no adiestradas en el ejercicio de pensar. No familiarizadas con los rigores metodológicos que supone aplicar el Derecho Constitucional. Textos constitucionales escuetos, precisos, cuando se domina el idioma y se utilizan también verbos precisos con los que no caben adjetivaciones, innecesarias las más de las veces. Los ‘picos de oro’ que abundan; los demagogos, numerosísimos, y los maestros en elaborar ‘leyes con piola’, han sido, con excepciones honrosísimas, los autores de textos constitucionales farragosos, efímeros.

Por la carga de elementos adversos que supone lo antedicho, qué de extraño resulta que apenas contemos con una institución republicana que se mantiene en pie: el Ejército.

¿Qué hubiera sido de nosotros si no contáramos en nuestro imaginario con el triunfo en la Guerra del Cenepa? Cuando estalló la paz con el Perú la aceptamos porque al menos nos quedaba la dignidad. Contamos con un Ejército profesionalizado, respetable.

Los Altos Mandos militares saben que están dirigiendo una institución vertical, compuesta por tropa, clases y oficiales, como en todo el mundo. Que las FF.AA. deben ser obedientes y no deliberantes, desde luego. Lo que no puede aceptarse por ningún concepto es que se crea que por obedientes y no deliberantes nuestros militares son retardados, a quienes hay que darles pensando. ¡Manos, fuera del Ejército!

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