Desaparecido el optimismo de muchos que confiábamos en un rechazo por la mínima al ‘Brexit’, la salida de la Unión Europea, tras el impacto de la decisión del electorado británico, solamente nos queda meditar brevemente sobre las causas y el trasfondo de la lamentable operación, y las consecuencias para las relaciones .
En primer lugar, debe resaltarse (y eso es también una crítica global al sistema actual de Gran Bretaña) el alto grado de irresponsabilidad que impelió al primer ministro David Cameron a embarcarse en ese rumbo que ha llevado al mayor desastre de su país en medio siglo y a infligir un considerable daño no solo a la Unión Europea (UE).
Cameron apostó por una arriesgada operación con el fin de lograr su control total para su partido en los años venideros. Luego procedió a una agenda surrealista de campaña de voto contrario al referéndum, que precisamente él había diseñado.
Ya se le advirtió desde Bruselas que no podría haber otra ampliación de los beneficios especiales, más allá de las condiciones que debían aceptar todos los demás colegas. Se recordaba que ya el Reino Unido era un socio privilegiado. Se le eximía de la adopción del euro, con un acuerdo especialísimo que ni siquiera contemplaba un calendario de adhesión en un futuro hipotético.
Todo se hacía para tener contento a un gobierno y un país que tenían que demostrar que eran diferentes. Y llegó la hora fatal. El efecto en Europa ya es demoledor. Solo se salva un sentimiento disimulado pudorosamente: el único beneficio puede ser haberse librado de un socio persistentemente incómodo, un invitado que se hacía notar de modo negativo. Este proceso se comenzó a ver recientemente con cierta preocupación en Washington. Conviene anotar que fue el propio presidente Barack Obama el que expresó su deseo de una buena resolución, excediéndose en los modos diplomáticos.
Cameron y los votantes que han apoyado el ‘Brexit’ le han hecho un mal servicio. La imagen que Gran Bretaña tendrá en Estados Unidos se deteriorará hasta extremos antes inesperados. De poco va a servir la llamada “relación especial” para apuntalar una de las alianzas más sólidas de la historia reciente.
La primera víctima del desastre puede ser el proceso de aprobación (ya dudoso a corto plazo) del acuerdo de libre comercio e inversiones entre EE.UU. y la Unión Europea (conocido por TTIP), que debía ser la réplica del que está inicialmente pactado entre Washington y los países del Pacífico.
La ola de populismo y oposición al libre comercio (presente ya en las declaraciones de los candidatos a la Presidencia en Estados Unidos) contribuirá a la ralentización de lo que se considera como excesiva globalización, optando por el nacionalismo controlador de las iniciativas económicas.