Decir que es tarea del Estado educar a la sociedad, es mucho decir… Una cosa es educar a la sociedad y otra, muy diferente, garantizar la educación de las personas. En el fondo, todo depende del concepto que tengamos de Estado y, más concretamente del concepto que tengamos de educación. En la China (comunista y capitalista al mismo tiempo, según seas pobre o rico) el Estado te dice cuántos hijos tienes que tener y te castiga severamente si te saltas la norma. Pero, en un Estado de derechos (de derechos humanos), democrático, pluralista, integrador, respetuoso de las diferencias,… cosas semejantes no se pueden decir. Están las personas, las familias, el derecho de los padres a educar a sus hijos y, en definitiva, la libertad de conciencia.
Es verdad que los derechos del hombre se han extendido a los derechos de los pueblos y de las naciones, pero eso no justifica ningún tipo de estatismo. Al contrario, el Estado de derecho tiene un papel integrador, subsidiario, garantista y regulador de las humanas libertades. Y lo primero que tiene que garantizar es la libertad de conciencia (incluida la libertad religiosa). No es el Estado quien tiene que decir cuándo un hombre o una mujer tienen que acceder al ejercicio de la genitalidad (con frecuencia no distinguimos sexualidad de genitalidad), ni cuántos hijos tienes que tener, ni si debes ser religioso, agnóstico o ateo… El Estado lo que tiene que garantizar es que cada uno sea él mismo: pensar, expresar, educarse y educar según los propios valores, creencias y convicciones, al amparo de una ética basada en el bien común y en la dignidad de la persona.
Con base en todo esto, el Estado puede y debe informar, regular, cuidar la salud física y moral de los ciudadanos, crear cauces de participación y de corresponsabilidad,… en definitiva, compensar e integrar diferencias, tensiones y necesidades. Pero nunca debe suplantar a la persona y a la familia en su irrenunciable derecho a educar a sus hijos. Los valores no los crea el Estado, más bien los ampara y tutela. Para eso están el derecho, la administración de justicia, y toda la parafernalia que nos ayuda a vivir y a convivir.
En el tema de la sexualidad, queda claro que hay que ir a buscar el agua más arriba,… y que la sociedad tiene pendiente un debate de participación y de aporte que nadie puede suplir.
Cuando las personas no piensan, no expresan, no dialogan y no deciden, lo hacen los pajaritos, siempre dispuestos a anidar en nuestras conciencias.
Ojalá que un tema tan controvertido sea una oportunidad para que las familias, los colegios, las iglesias, la sociedad en general, se sienten a dialogar y a profundizar la necesidad que tenemos de ir al fondo de nuestra condición humana, ética y política.
Y, si religiosos somos, la necesidad de vivir con mayor radicalidad nuestra fe y sus consecuencias.
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