La pandemia siembra víctimas por doquier. Contagios, muertes quiebras; despierta lo más bajo y lo más sublime: corrupción y solidaridad.
Para las experiencias planetarias aterradoras una faceta importante es el ritmo y profundidad de la educación.
La educación debe ser un todo integral que partiendo de la instrucción, de la información y método de aprendizaje pasa por un trasiego de valores y hábitos.
Para el país la pandemia pone a prueba y nos reta a todos. Uno de los temas que aflora sin lugar a debate es la brecha social.
Millones de personas viven en mundos tan disímiles cuanto injustos en todo el planeta. Nuestro país no es la excepción.
En tiempos de la vieja normalidad, lo normal ha sido empezar clases retrasadas en el ciclo Costa por los rigores invernales.
En aquellos tiempos de normalidad, hace pocos meses, el que en una escuela rural no hubiera luz, agua potable, falte techumbre y baños limpios, pasaba por algo normal.
Esa anormalidad es la que no debemos ni podemos seguir aceptando y hay que cambiar y de modo radical.
La pandemia nos ha desnudado como seres humanos. Íntegros y valientes para luchar por los demás. Solidarios y humanitarios hasta el sacrificio por los otros.
También ha sacado a flote las miserias de unos cuántos capaces de hacer dinero mal habido con los recursos que debieran ser destinados a los más pobres.
En cuanto a la educación, aquella brecha social se expresa en distintos andariveles.
Según los datos entregados por la ministra del ramo, Monserrat Creamer, apenas un 30% del estudiantado tiene plena conectividad. El otro 70% la tiene, deficiente.
Esa realidad dificulta la interacción en la educación a distancia y en la virtual. Por ahora se trata de suplir con soporte por radio y TV. reconociendo que no basta.
Una mayoría de los pocos alumnos que tienen la fortuna de contar con computadoras o teléfonos inteligentes deben compartir equipos con sus hermanos y padres.
Hay que reconocer, conforme comentan docentes y rectores que la dispersión del estudiante en la clase virtual es evidente.
Además no todos los profesores, convertidos en ponentes en las pequeñas pantallas, son hábiles expositores y no siempre están familiarizados con la tecnología.
Esta oportunidad pone a prueba al país. No hay que olvidar que los elefantes blancos como las escuelas del milenio, de millonarios costos y lejanas de los alumnos, no fueron la solución ansiada por la mayoría.
Cuando Lenín Moreno anunció más conectividad, cable submarino y una mejora sustancial en Galápagos, recuerdo una época lejana de reportajes donde los niños de las escuelas isleñas cantaban el himno del Perú. Nuestra TV y radio del continente no llegaban. Hoy la internet es pésima.
Va siendo hora de que algún gobierno haga un plan integral de siembra de computadoras como se hizo en Guayaquil. Por allí habrá algún Bill Gates dispuesto a echar una mano y donar equipos. SOS solidario.